Por Héctor Cruz

Después de más de 20 años, Alejandro Jodorowsky volvió a hacer una película. Regresa con La Danza de la Realidad a las pantallas mexicanas, en una obra que bien podría ser su testamento. Esta cinta es totalmente autobiográfica y narra su vida desde que era un niño, en el pueblo chileno Tocopilla.

Llena de simbolismos y de personajes extraños, Jodorowsky hace las paces con algunos aspectos de su vida que lo han perturbado. La relación con sus padres por ejemplo. En la cinta, la madre del cineasta no habla, canta ópera, una manera de cumplirle un sueño que tuvo la señora desde siempre. Ella fue obligada a ser comerciante en la vida, pero en la cinta se realiza como persona porque canta ópera.

Lo mismo con su padre, una persona dura, en la cinta es muy “humano”, comprende a su hijo, que es el propio Jodorowsky, algo que no sucedió mientras vivía. Es decir, el cineasta apela a la terapia y a través del lenguaje cinematográfico cambia su pasado, salda cuentas, resuelve traumas.

Llena de realismo mágico, Jodorowsky vuelve a poner de actores a personas con discapacidad, así como a su pueblo abandonado y destruido, a estos seres también los pone en primer plano. Solemos hacer que no los vemos en la realidad, pero en la cinta es imposible no verlos, muchos incluso se podrían incomodar. Jodorowsky vuelve a trabajar con sus hijos, en este caso Brontis interpreta al padre de Alejandro. Una reconciliación de todos con la figura paterna.

Una cinta con el sello jodorowskyano, alegorías, escenas de realismo mágico, algunos excesos de filias y fobias, personajes extraños, inverosímiles, pero todo en una bella poética. Una cinta recomendable pero sólo si eres fan del director, del psicoanálisis y las alegorías.