por Josue Coro

¿Es un avión?

Noooooo

¿Es un pájaro?

Nooooo

¿Es un

hombre? Noooo

¿Es

Superman? Nooooo

¿Es Jason

Bourne? Sí.

Ah, no esperen un minuto, tampoco es Jason Bourne.

¿Pero… no sale Matt Damon… y no la dirige Paul Greengrass, y

en el póster no viene la cara de un soldado atormentado…

como en todas las cintas de Bourne?

Sí, pero… no es Bourne

4. Aunque haya elementos tanto narrativos como técnicos que engañan al ojo

común. Por ejemplo, tanto Bourne, como Miller (Matt Damon), el jefe de una unidad militar

encargada de la búsqueda de armas de destrucción masiva, son héroes atípicos,

son dos hombres que asumen el reto de entender su humanidad a través de la

fuerza física, y de la búsqueda de una razón para existir: Bourne necesitaba

entender su pasado; Miller necesita entender su futuro: ¿por qué lucha, por qué

está en una guerra?

Esta odisea por entender su rol dentro de una casta militar,

va a desenmarañar una verdad incómoda (saludos, Al Gore): la guerra en Irak, es

una mentira; pues el gobierno americano siempre supo que no había armas

nucleares, y aún así decidieron invadir el país, traicionado no sólo a su

pueblo y a su ejército, sino a los mandatarios irakíes que habían cooperado (saludos, Saddam). Ajam, según este film, llamado en inglés Green Zone, gringos y medio orientales (qué mal suena eso), eran compañeros-colegas-cómplices. Aunque usted, no lo crea (saludos, Ripley).

Ahora a nivel técnico, Greengrass demuestra que es en este

momento, es el director de acción más importante que hay en el cine. En sus

primeras obras Bloody Sunday o United 93,

ya había detallado la forma en que ve al mundo impregnado por pólvora: como un

complemento que hay que mirar de cerca, como si él fuera un cirujano que encuentra

en los detalles más pequeños, la forma de crear arte. A partir de Bourne,

Greengrass comenzó a pulir su post producción y ahora tanto él como su equipo se han

vuelto maestros del montaje. Los primeros veinte minutos de esta cinta son

sublimes: un ataque aéreo sobre Bagdad, y una batalla entre un escuadrón y un

francotirador. Greengrass nos lleva directo a la acción. Somos unos soldados, soldados de PlayStation.

Eso sí, hay un elemento que no termina de convencer: el uso

de la steady cam. Es tan confusa, que deberían de haber bolsas contra la náusea abajo de los asientos. La cámara marea, parece que algunas escenas con tanto movimiento

fueron filmadas bajo un ataque epiléptico. Sí, seguro tiene un significado -la cámara

son nuestros ojos en persecuciones bélicas-, pero son innecesarias. Tanto como

algunos clichés que podemos distinguir en ciertos personajes: el político

corrupto, el agente que sabe la verdad y no la puede decir, la periodista

aguerrida y el héroe infranqueable.

Aún así, esta cinta que juega entre la ficción y la realidad

(cada quien sacará sus conclusiones), tiene la desventaja de una sombra

gigantesca que la opaca y que para bien o para mal, es una referencia inmediata:

The Hurt Locker. Pero ponerlas a

competir desde el punto de vista cinematográfico es absurdo, tanto como pensar

que la guerra en Irak no fue por motivos económicos. O tanto como imaginar que cualquier personaje de acción que interprete Matt Damon, no sea comparado con Jason Bourne.