Por Juan Carlos Villanueva

Pasaron ocho años para que Johnny English regresará a la pantalla grande donde la estrella principal sigue siendo Rowan Atkinson, el mítico Mr. Bean que vuelve arroparse en el atuendo del agente del MI7, un tipo torpe y descuidado que sólo se parece a James Bond en el smoking.

Johnny English es obligado a volver de su retiro espiritual en el Tíbet, donde fue exiliado tras su fracaso años antes en una misión de Mozambique. Ahora, en una cumbre entre los dirigentes del Reino Unido y China, English debe impedir que el jefe de la gran potencia asiática sea asesinado.

Definitivamente, esta cinta puede ser más divertida para quienes están familiarizados con el humor de Atkinson y Mr. Bean. No esperen la gran obra fílmica, es una cinta “botanera” y que cumple muy bien con su objetivo: hacer reír. Está repleta de sketches que poseen el sello del actor. El nuevo director de la saga, Oliver Parker, no ofrece algo nuevo. Es una película de humor liviano y en muchos momentos parece burdo, pero Atkinson se apodera por completo del relato logrando que el trabajo de los guionistas –aferrados por mezclar el humor con el cine de espionaje de James Bond- quede en segundo plano.

Tiene momentos fantásticos: cuando al agente English recibe una sobredosis de una potente droga que le entorpece el habla y sus movimientos corporales, o la anciana que desmonta una aspiradora para crear un rifle o que construye una metralleta gigante a partir de unos palos de golf. Situaciones absurdas pero que, aunado al humor inocente de Atkinson, estalla en el espectador un ataque de carcajadas despreocupadas.

Cuando todos pensaban que la carrera de Rowan Atkinson se había difuminado tras el fantasma de Mr. Bean, esta cinta muestra al actor de 56 años con un potencial humorístico que no se extingue.