Por Jaime Azrad @_azrad

Con unas insaciables ganas de poder, J. Edgar Hoover, el primer director del FBI, se desdobla en una película biográfica impredecible. Con el fin de proteger al pueblo estadounidense, el polémico personaje se infiltró en la vida de muchos, incluso en la de presidentes de Estados Unidos, compilando información capaz de destruir política, familiar y económicamente a una persona.

Interesado en atrapar a los comunistas, Hoover tuvo en sus manos datos sobre infidelidades y orientación sexual y partidista de cientos, pero pocos conocen los vaivenes de su vida personal. El director Clint Eastwood aborda a Hoover, interpretado por un Leonardo DiCaprio cada vez más atinado, desde la combinación de ángulos profesionales y personales que dan un aspecto completo de lo que lo forma.

Jugando con el tiempo, la cinta narra las casi cuatro décadas de servicio que Edgar prestó al FBI. Entre saltos de épocas, como saltos entre la locura y la cordura, Eastwood examina las relaciones de su personaje con su pareja (Armie Hammer), su madre (Judi Dench) y su secretaria (Naomi Watts) como las que lo levantan y lo tiran. Eastwood lo construye y lo destruye.

DiCaprio encarna, sensible pero fuerte, las diferentes facetas que el director muestra en este complejo retrato. Por su parte, Judi Dench (Shakespeare enamorado, 1998) personifica con grandeza a una madre aprensiva, principal causa de la paranoia de su hijo.

Lo mejor de la cinta es, definitivamente, el juego entre la simpatía y la condena que el público desarrolla con J. Edgar; la visión externa de su figura pública, malévolo y temido, contrasta radicalmente con las interacciones de la cámara con la psique del mismo, creando a un público indefinido que no sabe qué vendrá.

J. Edgar abre el entendimiento a un personaje odiado y temido, y mejor aún, tambalea perspectivas en cada escena, sin miedo a ser condenada.