¿Otra vez? Por segundo año, un cineasta y un cinefotógrafo mexicanos son los grandes favoritos para llevarse el Oscar. La llegada de Alejandro González Iñárritu, después del triunfo de Alfonso Cuarón el año pasado, pone en claro que no es casual. Como él mismo Iñárritu lo ha dicho, cada una de sus películas han llegado a alguna nominación al Oscar, por eso llevarse el premio grande sería la consecuencia natural.

La entrada de un grupo selecto de realizadores mexicanos al cine de Hollywood no fue una casualidad. El cine mexicano emergió de la peor crisis de su historia, desde mediados de los años 80 hasta bien entrados los 90 con una nueva generación de cineastas que renovaron de raíz el desértico panorama del cine nacional y lo pusieron en el mapa mundial con películas que llegaron hasta el último rincón del planeta.

Aparecieron justo cuando el cine nacional se había extinguido. No quedaban ni ficheras y menos aun héroes de acción. Lo usual eran las comedias televisivas de bajo nivel y un grupo de viejos cineastas de los 60 y 70, que saltaban entre los encargos de Televisa y el cine “de arte”, sin un público propio y muy lejos de los festivales donde se cortaba el pastel del verdadero “cine de autor”.

Ante este panorama, los nuevos cineastas no tenían una tradición (ni artística, ni industrial ni comercial) a la cual remitirse, por lo que se vieron obligados a inventarse estilos propios. Su escuela fue el cine de Hollywood, la televisión, el videoclip, el cómic y en último caso el cine mexicano clásico.

El primero de estos nuevos cineastas fue Luis Mandoki, quien desde la temprana Motel (1984), había demostrado la capacidad de manejar los códigos del cine industrial, y que llegaría a convertirse en un muy valioso cineasta de Hollywood.

Le siguieron Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro, pero también una larga serie de profesionales que incluye a otros cineastas, actores, una buena lista de cinefotógrafos y especialistas en otros rubros.

Por supuesto, no se trata de que Hollywood se haya vuelto mexicano, sino de que los mexicanos supieron qué ofrecerle al cine industrial. El cine mexicano de los 90, lo que se llamó “Nuevo cine mexicano” ofrecía un bocado inigualable: una combinación entre una tradición cultural mexicana y el lenguaje posmoderno del gran cine industrial.

No es el único caso. Algo similar ocurrió con los “nuevos cines” de Hong Kong, el nuevo cine chino o el coreano, junto con el cine de la “retomada” en Brasil y el Nuevo cine argentino. Todos ellos practicaban un giro similar: asumían el lenguaje globalizado del cine espectáculo para contar historias locales. Y en todos estos países, a los críticos tradicionales les irritó que se usaran los viejos prestigiosos temas nacionales para convertirlos en thrillers, comedias románticas o dramas de acción.

González Iñárritu fue el cineasta que cerró el siglo XX de México con Amores Perros (2000). Su propuesta llevó al límite el procedimiento que habían practicado sus colegas de la misma década, como Carlos Carrera, María Novaro o Luis Estrada: Se trataba de un cine espectáculo clásico, sin veleidades experimentales, emocional y capaz de ser entendido y disfrutado por cualquier público, un cine global con tema mexicano.

Este cruce de lo local y de lo íntimo con lo global era el tema central de 21 gramos (2003) y de Babel (2006), pero también estaba presente en Biutiful (2010).

En el cine de la generación de Iñárritu, uno de los estilos centrales ha sido la excelente calidad de la imagen. Algo que servía para diferenciarse del cine masivo mexicano de los 80, pero también del cine “de calidad” convencional donde todo era demasiado bonito… pero aburrido.

Esta experimentación formal llega a su punto más alto en la actual Birdman (2014), donde los juegos con los recursos formales (en este caso el plano secuencia) no funcionan como una marca de “autor” o como una destrucción de las formas clásicas (lo que sí ocurría en el cine moderno, que buscaba desmontar el estilo industrial). En este caso el despliegue formal es una forma de realzar el espectáculo fílmico para hacerlo aun más artificial y aun más deslumbrante. Todo lo contrario de lo que quería el cine de autor. El plano secuencia digital de Iñárritu se parece más a experimentos como cinerama o el 3D, y menos a los planos secuencias de los “autores” clásicos.

En este sentido, Birdman es una obra maestra en el camino de recuperar la vocación de espectáculo del gran cine hollywoodense, y como tal merece plenamente los premios obtenidos y los que pueden llegar en la noche del Oscar

Por supuesto, aun está pendiente el Oscar al mejor cineasta de la generación del Nuevo Cine Mexicano de los 90, Guillermo del Toro. Ya vendrá.

¿Cuáles son tus apuestas para la entrega de los Óscares 2015?

También checa:

El cine de Wes Anderson
10 momentos gloriosos de Lubezki
Antonio Sánchez, el genio detrás de ‘Birdman’