Por Ira Franco

La primera imagen de Heli (Amat Escalante, 2013) contiene ya la sustancia metafórica y fílmica de lo que serán los 100 minutos restantes: una camioneta cualquiera se arranca, el pie de un hombre que calza bota militar se recarga en la cabeza de un joven tirado en la cajuela, a quien adivinamos han torturado previamente. Imaginamos más o menos qué pasó y qué pasará, porque a este país le han quitado, ya varias veces, la virginidad con respecto a esas historias. Nos las desayunamos, vamos. Y para la cena ya las hemos olvidado.

Lo importante aquí es cómo hace Amat un recuento inolvidable de esta anécdotatan anodina para quienes no somos las madres, los hermanos o los parientes de esos que van en la cajuela. Escalante obtuvo este año el premio al mejor director en Cannes, como lo hizo el año pasado Reygadas, y ambos son, en mi opinión, muy merecidos.

Pero el cine de Amat le tira a algo muy diferente que el de Reygadas (coproductor, por cierto, de esta película): su búsquedaestética es más cruel, como si resolviera a bocajarro cada escena. No hay brillo en el mundo de Heli, los uniformes, las botas, el pelo y la boca de sus personajes están terrosos. La música ambiental es escueta: una canción de amor en el estéreo de un auto que se apaga de pronto. Quizás Escalante apunta todo el fulgor a la toma de decisiones de su protagonista, Heli, de 20 años, que vive con su esposa y su bebé en la misma casita que su padre y su hermana púber. Encontramos a un Heli jodido por su trabajo en una armadora de autos; vuelto hombre a fuerzas, pero a quien el miedo aún no ha petrificado. Cuando debe actuar como el jefe de la familia, lo hace sin chistar, aunque sepa que el precio será muy alto. Parecería que él y su familia son los únicos que no están coludidos. Sepa Dios ya con quiénes. Y el amor y todas sus desconciertos están allí y también el muro de la realidad con que se estrella ese amor cuando tienes 12, 15 o 20años y alrededor hay una guerra subyacente, pero intensa.

Hay una escena espantosa de tortura frontal que pocos van a aguantar. Quizá dirán, como lo hizo un periodista francés en Cannes, que le falta “espiritualidad”. Pero no hay nada como ver esa otra escena en que Heli va a deshacerse de unas bolsas de cocaína y las tira en un hoyo anegado de lodo lechoso y allí, como si nada, un toro atrapado, mugiendo muy quedito, con una especie de resignación al terror. El toro no entiende, no puede y no podrá salir. Y a Heli no le pasa por la cabeza la tragedia del toro. El toro somos nosotros y Heli también, por supuesto. Y el hoyo es cada vez más grande y caemos más hondo. Aunque haya que odiarla, hay que ver Heli.