Por Javier Pérez

Sally Potter fue la primera mujer en dirigir un largometraje en Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial. Y lo hizo con todo un trasfondo transgresor: en The Gold Diggers (1983) sólo participaron mujeres en los puestos clave detrás de cámara. Desde entonces, a Potter le persigue cierto estigma de hacer un cine de/para mujeres. Pero a la cineasta siempre le ha gustado tomar riesgos en sus películas en términos de lenguaje cinematográfico y en profundidad de personajes.

Ginger y Rosa se ubica en la Inglaterra de 1962, en plena crisis de los misiles, cuando parece que el mañana se difumina. En ese contexto desesperanzador inserta la relación de amistad, que tienen desde su nacimiento, de Ginger (una excepcional Elle Fanning) y Rosa (Alice Englert). Estas adolescentes, baby boomers, literalmente, enfrentan un proceso de cambio en medio de la agitación.

Mientras una se decide por el activismo, la otra prefiere hacerle caso a su instinto. Mientras una se decide por la protesta, la otra, por el rezo. Esas diferencias resultan fundamentales al final. La puesta en escena está impecablemente ejecutada apoyada en la fotografía de Robbie Ryan.

El resquebrajamiento interior que sufre Ginger, a pesar de sus ideas progresistas, va de la mano con el ritmo que le imprime Potter a su historia. Y el sentimiento de frustración e impotencia por el que atraviesa es representado con bastante buen tino por la joven quinceañera Fanning (quien por esta película ganó el premio como mejor actriz del Festival de Valladolid). De hecho, es ella, apoyada por actores experimentados como Alessandro Nivola (Roland), Christina Hendricks (Natalie), Timothy Spall (Mark), Oliver Platt (Mark dos) y Annette Bening (Bella), quien sostiene la fortaleza narrativa de la película.

Como suele ocurrir en la filmografía de Potter, la historia sólo sirve para mostrar la profundidad de los mundos interiores de sus personajes. O, en este caso, el de Ginger, a quien el odio que siente por su madre (Hendricks) o la admiración que le profesa a su padre (Nivola) –un escritor de mucha influencia que se separa de su esposa–, se resquebrajan por su interrelación con Rosa (ahí están la segunda escena del bote y aquella comida en el departamento a donde se va a vivir con su papá).