Por Adrián Zacapa Venegas

A nadie debe sorprender que antes de ser director de cine, el francés Bruno Dumont diera clases de filosofía. Toda su obra como cineasta, más que contarnos historias, está repleta de planteamientos filosóficos. Éstos tienen valor por los problemas que plantean más que por las respuestas que ofrecen. Sin embargo, en esta cinta es evidente el cambio en las inquietudes filosóficas del cineasta.

Las anteriores películas de Dumont se caracterizan por presentar un mundo habitado por seres instintivos y viscerales, seres que se preocupan sólo por satisfacer sus impulsos primarios, en un entorno sin leyes, sin civilización y tal vez lo más importante: sin religión. Por ésta razón sorprende que en esta película (al igual que en Hadewijch, su filme anterior) temas como el misticismo y la espiritualidad tengan tanta importancia.

‘El tipo’, interpretado por David Dewaele, actor consentido del director, es una especie de vagabundo que vive en una comunidad rural francesa. Tiene una relación con ‘Ella’ (Alexandra Lemâtre) en la que no hay un solo rastro de deseo sexual, a pesar de los avances de ella. Él, tiene una visión muy estricta sobre el bien y el mal, está dispuesto a actuar en contra de quienes no compartan su idea de la moralidad y es considerado un profeta con poderes de curación por los demás habitantes del pueblo.

Quien tenga aversión a las cintas con tomas contemplativas y poco diálogo será mejor que se abstenga, al igual que quien busque una película que responda toda las interrogantes que plantea; ya que este filme se encuadra dentro de los formalismos europeos: aquellas cintas que con sus largos planos secuencia, por una parte desesperan a un sector del público, mientras que por otra hacen salivar de emoción a la crítica especializada.

Fuera de Satán está lejos de ser la mejor obra de Dumont, quien con Flandes nos ofreció una de las mejores piezas de cine bélico del siglo XXI. Su ritmo y lo poco delineado que están los personajes disminuyen el impacto de la historia y terminan por perjudicar el resultado final. Pero es un ejemplo del cambio en los intereses del director, que si bien no se aleja de las características de su estilo, sí da un giro en los temas que aborda.

A pesar de los defectos de este filme, Dumont todavía ‘lo tiene’. Ese encanto que envuelve con un halo de misterio sus cintas; aquello que hace que una película sea irresistible para los críticos. Es una muestra de la evolución de un artista, un creador cuya única convicción es llevar a la pantalla sus preocupaciones como ser humano, aunque el resultado no siempre sea el esperado.