Por Ira Franco

La historia de un policía retirado con “poderes psíquicos” (Anthony Hopkins, que sigue siendo un gran actor pero escoge terriblemente sus guiones) que ayuda al FBI a atrapar a un asesino serial (el insufrible Colin Farrell) quien también tiene poderes psíquicos.

El juego de poder entre ambas mentes es el pretexto para este thriller fallido, pensado, quizás, como una especie de Se7en (Fincher, 1995). Lo malo es que el genio de Fincher, capaz de hacer magia con actores, brilla por su ausencia.

Si nos entregamos a la comparación, la cinta agoniza con un pobre entramado filosófico sobre el asesinato y la muerte: Farrell apenas puede hilar los grandilocuentes conceptos sobre su forma benigna de matar sólo a enfermos terminales.

Pero si Farrell es torpe al tratar de conjurar la mirada mortecina del gran Kevin Spacey en Se7en, el director, el brasileño Afonso Poyart, falla aún más en su manejo de cámara: confunde la rapidez con la acción y el zoom con la intensidad dramática.