Por Ira Franco @irairaira

No sabemos si Michèle es la tremenda Isabelle Huppert o si Isabelle Huppert simplemente nació para encarnar a Michèle, la protagonista que se rehúsa a ser mártir de ninguna causa en Elle, la más reciente película de Paul Verhoeven. No hay cabida para la conmiseración de una mujer cuando ella misma esquiva a toda costa el papel de víctima, aún después de ser brutalmente violada en la sala de su casa.

Michèle está siempre en control de sus emociones, una vida sexual sin tapujos (a la que no renuncia después de la violación) y, sobre todo, su majestuosa habilidad para manipular a los demás. Michèle desprecia a todos en su vida: su hijo es un blandengue, su ex marido un escritor fracasado, su madre una ilusa enamorada de un jovencito y ella, directora de una exitosa empresa desarrolladora de videojuegos, se acuesta con el marido de la única persona que realmente la quiere, su socia.

Basada en la exitosa novela de Philippe Djian, Elle es una fábula muy a la Verhoeven contra la moralidad inherente a la figura de la madre, de la esposa, de la mujer madura. Hay un elemento contracultural e incendiario en un retrato psicológico de esta magnitud, con lo que el octogenario director neerlandés –autor de joyas como Bajos instintos (1992)– demuestra que aún tiene el toque mágico del agent provocateur.

¿Qué debemos hacer con Michèle y su manía por maniobrar la vida a su antojo? ¿Juzgarla, admirarla, desestimarla como sociópata, alabarla como una figura posfeminista? Algo debemos agradecer a Verhoeven: nunca nos señala una ruta, nos deja el camino abierto para asustarnos, reírnos (porque debajo de la búsqueda anti-policíaca del violador hay también una gran invitación al humor) y, de vez en cuando, avergonzarnos de nuestros propios juicios morales. Elle es, ante todo, un espléndido relato sobre un personaje tridimensional, feroz, que con disposición para las sutilezas, también resulta conmovedor.