Por Josue Corro

Sí, ya conocemos

la fórmula de antemano. Los documentales falsos de terror siempre terminan con

la misma historia: la cámara es el único testigo de un hecho sobre natural que

necesita ser visto como un pietaje amateur, para lograr su objetivo

profesional: pensar que nosotros podemos ser aterrados por una bruja de Blair,

que podemos ser víctimas de zombies antropófagos mientras la cámara dice Rec,

que un monstruo nos puede aniquilar en Nueva York, o que podemos ser víctimas

de actividades paranormales en nuestra propia casa.

Es cierto,

el género se comienza a desgastar, pero también es verdad que lo que hace a

estas historias tan interesantes son la cercanía de los personajes y la

identificación que podemos tener con ellos. Son personas comunes y corrientes, en

un mal momento. Pero… qué tal si estos mockumentaries evitan la tragedia

inmediata, y la transforman en un dolor ajeno, un dolor que va más allá de una

música tétrica, o de rápidos cortes durante la edición.

Lo que no

es familiar, entonces se vuelve intrigante.

Este

sentimiento es lo que hace a El último exorcismo, no sólo atractiva (y

diferencia del resto de sus hermanas de género), sino también arriesgada. Aquí

un reverendo al mejor estilo de un Cazafantasma, se gana la vida engañando a

pobres feligreses de que es capaz de realizar exorcismos. Cotton es un hombre

que no teme a Dios, porque tampoco cree en el ser humano: cada vez que realiza

uno de sus "trabajos" graba estos episodios para un día compartirle al mundo su

descubrimiento: Satanás, Dios, las posesiones son una farsa. De hecho, él

también lo es: tiene un arsenal de trucos bajo la manga como una cruz con un

sistema que emite humo de vez en cuando.

Un día

Cotton decide realizar un último experimento-documental. El trabajo es sencillo

(y al a vez absurdo según sus palabras y ademanes): irá a exorcizar a una

adolescente en un pueblo redneck del sur de Estados Unidos. Desde el momento

que llega a la granja, todas sus creencias, su fe y su convicción de derrocar

al negocio más sucio del fanatismo religioso, se vuelven un mito al enfrentarse

a Nelly, una chica que posiblemente,

tiene a Satanás dentro de su cuerpo.

El

conflicto emocional de Cotton, es el punto más relevante de una film que tiene

sus momentos tétricos, que se perciben aún más viscerales porque muchas veces,

la persona que está detrás de la cámara, también se pone nerviosa (como si

fuera una espectadora) y deja en suspenso la realidad. La duda es otro elemento

clave de la cinta: no sabemos nunca qué es lo que está pasando tanto en la mente/espíritu

de Nelly, ni tampoco lo que Cotton experimenta. Esta ambigüedad, tanto del

guión al dejar que nuestra mente esté rondando por incógnitas, como un

protagonista con el cual no es fácil identificarnos, es lo que hace que El

último exorcismo sea diferente al resto de las cintas de "videos caseros".