Por Jaime Azrad

Todavía lo tenemos fresquecito en la memoria y ya estamos viendo películas al respecto. El precio de la codicia reconstruye la crisis económica de 2008 pero agrega a alguien que sabe lo que pasará antes de que todos pierdan sus millones (o sus centavos).

En el verano de 2008 una compañía despide al 80% de sus trabajadores antes de que la crisis golpee, y Eric, un veterano de las finanzas interpretado con astucia por Stanley Tucci, entrega información confidencial a un nuevo empleado que a diferencia de él, sobrevivió al recorte de personal. El novato, Peter (Zachary Quinto), se da cuenta de que la crisis que está por golpear y se enfrenta a la toma de decisiones balanceadas por la moral y la codicia antes de que el colapso suceda, un día después.

La trama es sencilla a pesar de manejar conceptos financieros complicados y el pretexto es el ideal: el propio jefe de la empresa no entiende las grandes palabras y necesita que se le explique todo con peras y manzanas. Esta es una gran crítica hacia los altos ejecutivos que lideran el mundo financiero y una muy sutil forma de justificar las explicaciones necesarias para que el público entienda.

La cinta es efectiva en otros aspectos también y esto se debe a dos grandes aciertos: el espacio físico y el elenco adecuado. El lugar en que la trama se desarrolla es tan frío como los conceptos que el guión retrata: las oficinas de vidrio y metal juegan un importante papel reflejando la crudeza de los personajes y su apariencia limpia y “transparente” que engaña a todos. Por otra parte, el grupo de experimentados y talentosos actores se encarga de dar consistencia a un guión que quiere decir mucho con pequeños conceptos, sacudiéndolos con acciones simbólicas de lo que es por dentro la casa de bolsa culpable de la crisis: Wall Street.

Kevin Spacey y Demi Moore son altos ejecutivos que no se dejarán arrastrar por los colapsos que sucedan a sus decisiones de salvarse antes que a todos. Sus interpretaciones destacan por la inteligencia egocéntrica que proyectan al hacer de sus personajes el ejemplo perfecto de las razones del colapso económico y de la fragilidad del sistema financiero.

Las decisiones con carga moral se justifican con el beneficio de la empresa, haciendo de ésta un escudo ideal para evadir responsabilidades sociales y escapar sin resentimientos. Algo así como el verdadero mundo financiero. El bien de las organizaciones tapa cualquier acto sucio y deshumaniza a quien se le ponga en frente.

Por lo pronto, sin saberlo, el mundo duerme su última noche de estabilidad en muchos años y los pocos que están en la cima deciden cómo gastar los millones mientras justifican el porqué de sus decisiones a costa de todos. ¿Suena conocido?