Por Ira Franco

Una gran historia contada por elúnico director que sabíaquéhacer con ella: sólo Baz Lurhmann sabe rebasar límites, ponerse odioso a la mitad de la noche y atiborrarnos de símbolos y alegorías hasta ponernos ebrios de imágenes, música desencajada y momentos irrepetibles.

Al otro día, la cruda sabe deliciosa.

Pero ¿mencioné lo de ponerse odioso? No hay que olvidarlo, viniendo de Luhrmann. Habrá momentos en que los amantes de la novela haránmuinay sentirán que la Gran Novela Norteamericana con tintes autobiográficos de F. Scott Fitzgerald está siendo despedazada en aras del efecto cinematográfico.

La trama es la misma: una historia situada en los ardientes años veinte −poco antes del crack de la bolsa de Nueva York− donde Jay Gatz, Gatsby, un don nadie enamorado de una chica rica, se le presenta millonario muchos años después y sus consecuencias trágicas, pero Luhrmann simplifica los personajes hasta volverlos meros símbolos −a veces maniqueos, es cierto−, cuerpos hermosos donde la desdicha del sueño americano tiene una fachada de oro deslavado.

La verdad es que no se puede criticar a Lurhmann de fallar en su propósito: el más sincero de los espectadores aceptará su deseo de irse a vivir a los veintes de Lurhmann, a llorar ese gran amor fallido en tercera dimensión, a sentir ese exquisito velo entre angelical y guarro de lasflappers(las mujeres recién liberadas con sombreritos y plumas típicas época) caer sobre la cama.

De paso, yo en lo personal quisiera ir a buscar a Gatsby (un Leo DiCaprio con actitud leonina recién llegado a la madurez actoral); un Gatsby que organiza fiestas/carnavales de una sola noche; un Gatsby que vigila la locura desde el balcón principal.

Como siempre, el soundtrack es descabellado y lógico; Jay Z y Beyoncé para la fiesta y Andre 3000 para elafterparty; Cole Porter, Bryan Ferry, The XX, Florence & The Machine y hasta Amy Winehouse para darle forma al Jazz Age (un término acuñado por Fitzgerald para describir el sentimiento de la época).

Eso sí, Lurhmann se guarda la joya de la corona para el momento trágico de la película: esa escena que precipita el final y que involucra un estupendo coche amarillo se vuelve enorme gracias a la versión deLove is Blindnessde Jack White (una pieza que a mí por lo menos me devuelve la fe en el rock).

Lurhmann encumbra todos los momentos precisos, ningún personaje se va de la película sin su diminuto círculo épico y nosotros, con todo y la mareada que nos pusimos con las vueltas de cámara y los saltos narrativos, tampoco.