El hombre tiene miedo a envejecer. Desde la búsqueda de la inmortalidad según las aventuras de Gilgamesh, a la Fuente de la Eterna Juventud, y hasta nuestros días de Botox, cremas faciales y tintes para el cabello, el mensaje es claro: verse viejo, es el primer paso para la muerte. Es por eso que Benjamín Button y su extraño caso médico no sólo intriga, sino que nos cautiva mórbidamente: ¿quién no ha soñado con hacerse joven día tras día?

David Fincher, el genio de culto tras Se7en y Fight Club, dirige su obra más ambiciosa a la fecha y vuelve a utilizar a Brad Pitt como su musa, y Eric Roth (Forrest Gump) como el adaptador de la obra homónima del J. Scott Fitzgerald, acerca de un hombre que nace siendo un adulto y que con el paso del tiempo rejuvenece hasta volverse un bebé. La premisa es atractiva (y más porque incluso como un viejo, Brad, aún es puro rostro, ¡ah, la envidia!), pero Fincher logra formular una verdadera obra maestra, inolvidable y épica. Con su maestría como narrador visual, nos presenta una historia de amor que inspecciona la ironía humana de que por luchar en contra la muerte, se vive con límites y tapujos.

El caso con Benjamín Button es claro y preciso: una de las mejores películas de la temporada cimentada en la actuación más sólida de Pitt, y el condimento de un diseño de producción fastuoso y llamativo. Aplausos.