Chilango

Dunkerque

Así como en Batman: el caballero de la noche Christopher Nolan ya había hablado de la solidaridad al enfrentar a civiles y reos en la famosa secuencia de los barcos con explosivos, en Dunkerque (Dunkirk) retoma este valor en un adrenalínico y emocionante rescate, el mayor que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial. El que presenta aquí es el heroísmo de los pequeños sacrificios que se vuelven magnos, hechos singulares que resonaron en la historia. ¿Por qué? El episodio que el cineasta eligió contarnos no sólo fue la evacuación de aquella famosa playa, sino el papel que los mismos británicos de a pie jugaron para salvar a su ejército, armados únicamente con yates, barcos privados o pequeños botes pesqueros, pese a los ataques germanos por cielo y mar.

Todos son hombres atados a una misma circunstancia: soldados británicos a la espera de ser rescatados de la playa de Dunkerque con nazis al acecho. Hombres capaces de ver su patria, ubicada al otro lado del Canal de la Mancha, pero que cada que toman un barco, misiles o torpedos les impiden zarpar o continuar la marcha. La guerra está en su apogeo y gracias a las imágenes en IMAX los estragos que causa pueden apreciarse con lujo de detalle, este formato además nos permite sentir la masacre y zozobra por sobrevivir junto con los protagonistas, entre quienes se encuentran Tom Hardy, Mark Rylance, Cillian Murphy, Kenneth Branagh –quien llega a estar demasiado inflado de heroísmo- y Harry Styles. Y sí, si se lo estaban preguntando, sí actúa bien.

Mediante un score que nunca nos da tregua mental ni emocional y nos recuerda el tic tac de un reloj corriendo, Nolan construye una excelente obra de cine bélico, un clásico instantáneo en el que también obsequia una clase magistral del armado del suspenso y la tensión, de los juegos psicológicos con que se adueña de la audiencia, de la manera de entrelazar historias y preocuparnos por los personajes pese a desconocer quiénes son más allá de las decisiones que toman.

Dunkerque es una experiencia cinematográfica sensorial. Retoma la majestuosidad de filmar en 70 milímetros –un arte en peligro de extinción– con las mejores tecnologías, efectos visuales y un sonido envolvente que nos hace padecer al borde del asiento, pues la sobrevivencia no depende de ser más hábil o fuerte, sino de un volado.

Emocionante, inspiradora y catártica. Nolan hizo una carta de amor al cine y a la humanidad y sería infame no verla en la pantalla grande para la cual la diseñó.