Por Verónica Sánchez Marín

Dredd 3D (USA 2012), dirigida por Peter Travis y basada en el cómic británico de 1977 Judge Dredd, es la segunda adaptación al cine de la historieta, la primera fue Juez Dredd (Judge Dredd, Danny Cannon, 1995), una fallida versión protagonizada por Sylvester Stallone que luce más por los guamazos que por las propias secuencias, donde Stallone es un as (o eso creemos tras tanto denuedo cinematográfico en torno a su fuerza y capacidad para golpear y matar gente de a mentis).

A diferencia de la anterior adaptación, que se alejó del material original, esta producción apuesta por la fidelidad al cómic con un argumento sencillo y eficaz: si dos jueces se quedasen atrapados en un edificio de 200 plantas infestado de delincuentes en cada una de ellas, ¿qué harían para sobrevivir? Aquí todo sucede en un único día en el que se combina la presentación de un personaje contundente como es el de Dredd con la necesidad de evaluar si su nueva pupila merece el título de Juez.

Violenta y visceral, la historia presenta en sus primeros minutos un panorama tan desolador en lo social como atractivo en lo cinematográfico: la Tierra ha sido destruida en su totalidad y los habitantes son forzados a vivir en megaciudades donde impera el crimen, como Mega City 1, con habitantes infractores en potencia que sólo pueden ser controlados por unos funcionarios que son al mismo tiempo jueces, jurados y verdugos. Karl Urban, con el rostro casi completamente oculto por la máscara de Dredd, interpreta al juez-héroe azote de criminales y demás freaks de esa ciudad, más DF que nunca —con un toque de extra cutre que la asemeja más a una vida de alcantarilla futurista. (Otra delicia que seguro encantaría a un Cormac McCarthy.)

El director no dedica tiempo a mostrar los orígenes del protagonista, ya que evade la necesidad de explicar un mundo. Al igual que Tim Burton va al grano, centrándose en mostrar a Dredd durante una jornada de trabajo particularmente intensa: él y una jueza novata con habilidades psíquicas (Olivia Thrilby), deben investigar un triple homicidio cometido en el edificio controlado por la delincuente Ma-Ma (Lena Headey), la mayor traficante de la droga Slow-Mo(tion), algo parecido a lo que se tomaron los camarógrafos de Mel Gibson durante la filmación de La Pasión.

Peter Travis aprovecha este detalle de fondo y con la excusa de los efectos que experimenta el consumidor de la sustancia —todo ocurre a menor velocidad de lo normal y sus sentidos ven las cosas en slow motion— engarza llamativas escenas a cámara lenta que rompen la dinámica visual del filme. Da pie a imágenes neurálgicas —que se aprecian más en 3D—, regalando su mayor lirismo visual al consumo del narcótico.

La atmósfera claustrofóbica de Dredd se acerca a la de superproducciones como Alien o Mad Max gracias al acertado diseño de una ciudad futurista, decadente y corrompida como sólo puede suceder en la ficción —porque en la realidad, las cosas se pudren con mayor disimulo y lentitud… en slow motion. Pese a que nos enfrentamos a una ciudad sucia, y la película se centra en un edificio cerrado y oscuro, en todo momento existe una nitidez que permite al espectador disfrutar de la película.

El director logra recrear la esencia del personaje y su entorno, aunque no obtiene la ramplonería densa que encubre un espíritu desastrado como el del protagonista del cómic, más consumido por la corrosión metropolitana que consumado en su papel dictatorial. Karl Urban consigue mantener el misticismo que existe a su alrededor y hasta convence en su papel de Dredd; no así sus coprotagonistas Olivia Thirlby y Lena Headey, con actuaciones moderadamente atractivas para un escenario poco exigente, poco convincente y evidente. Entre que el guión no estiliza con sofisticación sino con drama torvo, al lado del trabajo del protagonista, las debilidades de ambas actrices se notan más.

Otro problema es que la adrenalina de los primeros minutos se diluye casi en la segunda mitad de la cinta no por la falta de acción sino por el exceso de ésta. Y es que la violencia que se presenta se vuelve machacona, sin aristas o detalles gore estilo Sin City; y entonces el espectador encuentra repetitivas las matanzas que se aglomeran en la pantalla y llega un punto en que se vuelve cansado, sobre todo si no se tiene previo conocimiento de la historieta.

Esta es una cinta que seguramente disfrutarán los fanáticos del cómic que sólo quieren verlo en pantalla grande. Si se quejaban de la falta de fidelidad de la primer secuela aquí al fan se le da violencia y brutalidad, y en grado máximo, aunque con un toque cursi en el guión —cortesía de la casa. Aquí no se especula, y si se tiene que ver un disparo en la cabeza, no hay problema. Si hay que hundir la tráquea a alguien, va primer plano de regalo.

Peter Travis entrega una buena cinta de entretenimiento cargada de acción con un Dredd más creíble y duro, pero que no llegará a convertirse en una obra imprescindible del género.