–PorOswaldo Betancourt L.@rockswaldo

Esta cinta cuenta con el sello de los Cuarón: dirige Jonás, producen Alfonso (padre) y Carlos (tío), actúa Diego (hermano) y otro como de la familia, Gael García Bernal, quien interpreta a un migrante.

Jonás Cuarón hizo una película radicalmente diferente a su ópera prima Año uña (2007), que estuvo regida por una serie de fotos fijas. Esta vez, la acción predomina sobre los diálogos, para centrarse en la crudeza de la persecución hacia los migrantes, complementado con un manejo suficiente del suspenso para mantenerte a la expectativa.

Cuando la camioneta de un pollero se descompone, el guía lleva a un grupo de migrantes por una ruta que los pone en la mira de un vigilante fronterizo estadounidense, quien mata a la mayoría de ellos y luego se empeña en cazar a los pocos sobrevivientes.

No hay un contexto amplio de los personajes como para entenderlos a fondo, pero sí logras sentir empatía hacia ellos. Es cierto que no son explícitos los motivos de Sam (Jeffrey Dean Morgan) para actuar, pero tampoco son necesarios. Moisés (Gael García Bernal), por su parte, es el arquetipo del migrante que tiene que cruzar el desierto con un grupo, pero su carga bíblica disminuye cuando las circunstancias lo obligan a ver por sí mismo, pero finalmente es un héroe, tanto por las decisiones que ejecuta, como por las que decide no tomar.

Se juega con el estereotipo de la víctima obvia para mostrar cómo ésta se sobrepone, pues es un relato en el que prevalece el espíritu humano y el sentido de comunidad a pesar de ser puestos a prueba en un entorno desolador.

La ejecución del trabajo en equipo de los Cuarón es eficiente y cumple su propósito principal de entretener, esto, a partir de un planteamiento interesante que, en una primera lectura, podría parecer simple, pero en segundo grado se presta para no perder de vista un tema pendiente en la frontera que al parecer siempre será vigente.