Por: Josue Corro

¡Extra!, ¡extra! ¡Otra película mexicana que trata de generar audiencia a través del morbo y la polémica!

Y saben algo… qué reverenda hueva sinceramente.

Daniel y Ana es la ópera prima de Michel Franco. Quien cuenta con un equipo de producción de alto calibre, porque los detalles visuales de su cinta, son de lo mejor que he visto en el cine mexicano de los últimos años.

Su fotografía es estética: cámara fija e iluminación tenue. No hay movimientos de cámara innecesarios, ni tampoco hay tomas que duren más del tiempo necesario para narrar la historia. El ritmo, la tensión y la catarsis es generada gracias a una secuencia de imágenes.

Un momento.

¿De verdad la cinta es tan mala que es necesario hablar en los primeros párrafos de los detalles técnicos?

Sí. Y lo peor es que la premisa es interesante, jugosa. El guión trata acerca de un par de hermanos que son obligados por un grupo de malandrines a tener relaciones sexuales frente a una cámara. (Gritos y desmayos de los grupos conservadores de la sociedad). La primera mitad del film te convence: los personajes te atrapan y podemos sentir el trauma de esta situación infernal.

Después, todo se vuelve un repetición nauseabunda. Durante más de 40 minutos NO PASA NADA, son las mismas tomas, las mismas escenas, la misma desgracia. Es un deja vu constante. Hey, Michel, no somos idiotas, somos capaces de entender su trauma.

Pero la culpa no es sólo del guión, sino también de los actores -salvo Marimar Vega, quien convence con sus lágrimas y silencios. Logra que te sientas tan decrépito como su personaje-, quienes parecen que tomaron un curso de cinco minutos de actuación antes de pararse frente a la cámara.

Peeeero, para hacer que esta cinta sea aún más insufrible es que al final de la película, aparece un cliché totalmente innecesario que dice: “Inspirada en eventos reales”. Es como una carga moral para hacer aún más visceral la cinta. Es como una denuncia Región 4.

Y lo repito, qué hueva.