¿Qué más se puede decir sobre Leonardo Da Vinci? ¿Que era un genio, un ingeniero, un físico, un artista? ¿Que inspiró a Dan Brown para que su personaje Robert Langdon pudiera llegar a descubrir que Jesucristo había tenido hijos? ¿Que de acuerdo a Drew Barrymore, pudiera haber sido mejor ‘amigui’ de la Cenicienta? ¿Que su obra maestra, la Giocconda, podría haber sido modelada tras su mismo reflejo -se dice?

De acuerdo a la nueva serie (a estrenar por Fox en México, Starz en Estados Unidos) aún queda mucho por decir sobre Leonardo Da Vinci, y mucho por demostrar que, pese a lo que hemos creído toda la vida, no era un viejito de blancas y largas barbas, pero un maduro veinteañero con muchas ganas de presumir sus pectorales.

Así nos regresa esta serie histórica ficcional a la Italia del siglo XV, donde Leonardo Da Vinci (Tom Riley) se pone al tú por tú con los Medici, enamora a Lucrezia Donati, pone a temblar al Vaticano, y de paso se echa un par de peleas a espadazos en una cantina. Obsesionado con entender el cómo del vuelo de las aves, lo que Da Vinci finalmente no logra es ponernos a volar a nosotros, sus espectadores. De hecho, en los 60 minutos que dura el capítulo piloto jamás consigue elevar nuestro pulso, hacernos tronar los huesos de las manos o aguantar la respiración. Simplemente navega por una aventura que pretende llenarnos de intriga con la monotonía de una monografía escolar.

No es culpa de David S. Goyer, creador de la serie, mejor conocido por haber ayudado a Christopher Nolan a hacer realidad su trilogía “The Dark Knight”, sino de lo poco en serio que se toma el guión a sí mismo. Por un lado intenta ser un drama político sobre las familias al poder de la Italia renacentista, pero en lugar de llevarnos a la oscuridad que conocemos por Game of Thrones, cae en lo ligero de un conflicto de Once Upon a Time. Y no que tengamos algo contra UOAT, pero ésta no era la serie para añorar como en cuento de hadas. Por otro lado, con explícitos desnudos y sangrientos asesinatos, busca postularse como la nueva Spartacus, pero ni siquiera logra rascar la superficie de lo violenta y explícita que era la serie que deja un vacío en la programación de Starz con su final. Da Vinci’s Demons necesita ser mucho más extremista.

Pero nuestro mayor conflicto es otro, y ése es el mismo Leo Da Vinci. De barba perfectamente cortada, camisas abiertas para dejar su trabajado pecho a la vista de todas las doncellas, y un eterno cinismo en su lenguaje y actitudes, más que recordarnos al gran pensador de la época, nos hace pensar en Joseph Fiennes en Shakespeare in Love. De hecho, nos hace pensar en él tal vez… demasiado. A tal grado que nos cuestionamos, ¿será que se inspiraron quizá de manera poco más que literal en lo que el actor hizo para la cinta nominada al Oscar en 1998? Incluso tiene a su incoherente amigo borracho, pónganle a Ben Affleck al lado y de una vez que amarre los pechos de Lady Viola con una venda.

No todo es tierra en el jardín, sin embargo. Pese a que la producción (como buen trabajo inglés) no tiene el perfeccionismo hollywoodense, la recreación de Florencia hace seis siglos mantiene un sentido del humor que se aprecia. Y casi podríamos decir que los sets son creíbles.

Aquí la buena noticia. Leonardo Da Vinci es un personaje muy querido por la historia, ¿quién no lo quiere ver convertido en Robin Hood? Si los guionistas verdaderamente nos hacen temerle a sus villanos, a sus motivaciones, si aprenden de sus antecesores -llámese un Tudors- y en vez de crear buenos y malos, unifican a todos como antihéroes difíciles de clasificar, si los directores logran que el elenco deje de actuar como en serie de la BBC infantil, entonces podrían tener entre sus manos un Assassins Creed en potencia. Y lo decimos en serio. Si algo nos ha enseñado Ezio Auditore es que entre los Medici, los paisajes renacentistas y un protagonista que esté dispuesto a tumbar el entero sistema de casas de abolengo, se puede tener la fórmula para una saga millonaria y la cantidad de secuelas que los sedientos de dramas italianos históricos quieran beber.

Por ahora, nosotros le damos un 6 y que el Papa Sixto IV nos ampare.