Para este momento muchos ya lo sufrieron: la película más popular del verano (Inception, Christopher Nolan, 2010) no estuvo disponible ninguna sala del duopolio de exhibición cinematográfica (Cinépolis y Cinemex, con más de 85% del total de salas en la República) durante la semana de estreno. La razón: el dinero, ¿qué más?

La distribuidora Warner quería un porcentaje en particular de las ganancias de esta película y las exhibidoras regatearon hasta que se rompieron los acuerdos y cada quien se llevó su portería y su pelota. Ahora seguramente hasta feo se ven -hasta que se vuelvan a enamorar con la siguiente suma millonaria de la que también harán un estire y jale, y así, ad nauseaum –.

Esto sería una mera anécdota para mercadólogos enamorados si no fuera porque en este caso, los que perdimos, como de costumbre, fuimos los espectadores.

Si bien para muchos fue una pequeña molestia encontrar esta película y con ella todo tipo de abusos (revendedores que hacían su agosto afuera de las salas para un boleto, filas interminables en las abarrotadas salas de Cinemark y Lumiere que no están acostumbradas a tal afluencia, etc.), en realidad lo que ésta querella pone en evidencia es la profunda falta de respeto con la que se trata al espectador.

Estoy segura de que hablo por muchos: ¿en dónde dice que el costo del boleto me obliga a someterme a 15 minutos de comerciales? Esa es la razón por la que no prendo el televisor y esa solía mi prerrogativa. Abusivos son los precios y la calidad de las golosinas así como la falta de todo derecho del espectador que no sea discrecional: si tu película se ve mal o se oye mal, quizás puedas hablar con el gerente para que (en corto y nomás tú ¿eh? ) te den boletos para otra función. Si te toca un gerente sangrón, nomás se hace como que la virgen le habla y ya.

Más importante aún ¿por qué no tenemos dónde exponer nuestras quejas ante un par de empresas que parecen no comprender su papel como proveedores de cultura?

Si el cartón de leche se echó a perder o quiero sugerir que la marca saborizada llegue a mi tiendita de la esquina, siempre habrá un teléfono a dónde hacerlo.

¿A qué número puedo marcar para pedirles a Cinemex y a Cinépolis que programen películas mexicanas/independientes/interesantes/variadas en sus salas?

Ciertamente los vendedores de boletos y el gerente de traje y corbata roja (los inocentes y desafortunados recipientes de odio) no están entrenados para dar recibir esas propuestas o contestar mis preguntas. ¿Por qué tengo que chutarme cuatro semanas de UN solo título mensón, taquillero, habiendo tantas películas premiadas en el mundo que nunca llegan?

Quizás no sea tan buen negocio, pero es que ¿tampoco se dan cuenta de su rol en la distribución de la cultura en un país tan sediento de ella?

¿Por qué el cine cada día se hace un espectáculo más elitista? (Contando las entradas, las palomitas y el boleto de estacionamiento, ya no cualquiera se puede dar el lujo de ir una vez a la semana).

Este fin de semana ni picharon, ni cacharon ni dejaron batear. No exhibieron una película que todos queríamos ver (a los precios que ellos fijan, ni modo), no ofrecieron ninguna opción (prefirieron dejar Shrek una semana más, pues era la única fuerte para el verano de la distribuidora Paramount) y permanecieron ciegos, como es su costumbre, a las necesidades de su público cautivo.

Aprovechen ahora: los consumidores mexicanos apenas estamos aprendiendo a organizarnos y quejarnos. Espero que no nos tome mucho tiempo.