Por Ira Franco @irairaira

La más reciente película del director Todd Haynes es de líneas tan suaves, sutiles y elegantes, como el cigarrillo apenas manchado de labial de Cate Blanchett y su largo abrigo de piel de visón. De hecho, ese atuendo de Blanchett casi denota por sí mismo el delicado tema de esta cinta: la naturaleza del deseo como un animal atrapado, como dolor frío; magnífico y cruel espectáculo.

Aunque en la cinta hay dos mujeres que se enamoran (Blanchett y Rooney Mara), en realidad pocos podrán decir que se trata de una historia de amor lésbico: es, simplemente, una historia de amor, una que se cuece a fuego lento, entre Carol, una mujer millonaria casada, y Therese, la dependienta de una tienda de

partamental en los años 50. La guionista Phyllis Nagy logró una adaptación muy fiel al libro semibiográfico de Patricia Highsmith, respetando el ritmo pausado y rasurado de toda verborrea sentimentaloide, algo que el espectador deberá agradecer.

Las actuaciones son simplemente espectaculares: Carol camina con cierta cualidad de un depredador herido, y Therese hace su parte como una joven de ojos expresivos, aspirante a fotógrafa. Sin embargo, lo que hace impresionante esta cinta es su dignidad, en todo sentido: los vestuarios, el arte, la carretera, los cuartos de hotel, el lujo de un Nueva York que ya no existe y, sobre todo, la resolución final al conflicto, que huye de las ñoñerías habituales.