Chilango

Camino a la libertad

Por Héctor Mendoza

Bajo una descomunal tormenta de nieve durante una noche en
Rusia, un grupo de siete prisioneros bajo el mando de Stalin, escapa de un
gulag soviético en el año de 1940.  El argumento, por sí solo nos hace pensar en una serie de
condiciones sobre las que ya podemos esperar un desenlace, pues es fácil asumir
sicológicamente el perfil de un melodrama. Sin embargo, esta película por
fortuna logra escapar de los lugares comunes bien librada.

 De hecho, el escape y la adversidad son el asunto que nos
permite analizar desde fuera uno de los episodios históricos más ocultados
durante los últimos años por alguna parte de las izquierdas más radicales: el
de la época de terror de los inicios de la URSS: sin comida y sin dirección
exacta, los muestran una parte, eso sí, melodramatizada, del instinto de
supervivencia que caracterizó a la resistencia contra los soviéticos.

 Camino a la libertad 
es, así una historia muy completa, aunque la mejor parte es sin duda el
manejo de los impactantes escenarios naturales. La plasticidad se convierte en
otra de las fortunas de la película.

 Peter Weir supo llevar a estos siete hombres a un viaje, que
es el mismo que se plantea a los espectadores, con un final, que, aunque
esperado, nos deja un buen sabor de boca.