Chilango

Blue Jasmine

Por Héctor Cruz

Woody Allen volvió a filmar fuera de Nueva York. Ahora lo hizo en la Costa Oeste, en San Francisco. Ese viaje, de la ciudad de los rascacielos a la del Golden Gate, es el mismo que hace Jasmine (Cate Blanchett) en pleno proceso de devaluación personal. Por cierto, su nombre real es Jeanette, pero decidió llamarse Jasmine porque sonaba mejor entre los socialités neoyorquinos. El orgullo y las apariencias ante todo. 

Jasmine/Jeanette huye de Nueva York porque su marido Hal (Alec Baldwin), un empresario millonario que amasó su fortuna a base de fraudes, se quedó en bancarrota al ser descubierto por el FBI. Después, por vergüenza, se suicidó. Jasmine busca consuelo en su hermana Ginger (Sally Hawkins): vuela en primera clase con maletas Louis Vuitton, pero llega al departamento de una cajera de supermercado, pobre y que no sabe de buenas maneras.

La historia de la protagonista en Nueva York es intercalada a través de flashbackspor lo que logramos entender su “gran vida” del pasado hasta su “degradación” actual: de las grandes fiestas en los Hamptons y los viajes a Europa, a ser asistente de un dentista acosador en San Francisco y a estudiar computación en su tiempo libre.

Convenenciera, mitómana, mentirosa, distinguida, bella, adicta al Xanax, Jasmine es un personaje muy complejo que se roba la cinta de principio a fin. Sin duda, Blanchett llega a la cúspide de la actuación, donde la gesticulación y la manera en la que ejecuta a Jasmine pareciera un monólogo interminable de gran credibilidad, donde el espectador viaja del amor al odio al personaje sin darse cuenta.

Las tomas panorámicas en la cinta, obra del ibérico Javier Aguirresarobe, quien también ha trabajado con Almodóvar, son otro atractivo: imágenes de la ciudad, de sus puentes, el barrio chino y las colinas californianas. Esta propuesta nos hace notar la vocación del director por hacer de las ciudades una protagonista más.

Y aunque Blue Jasmine no está al nivel de lo mejor de Woody Allen, es una obvia referencia a Un tranvía llamado deseo; sí es una cinta que desata pasiones, algo que el neoyorquino sabe provocar.