El director de culto de esta generación, presenta su obra más ambiciosa a lado de Brad Pitt: la caza de Nazis en la II Guerra Mundial.

Existen poco directores que se pueden dar el lujo de llenar una sala con su nombre y que además, pueden ser el sinónimo de un género. Uno de los últimos legionarios de aquel movimiento de los años 60 bautizado como “cine de autor” es Quentin Tarantino, el hombre que ha impregnado el cine desde hace una década con antihéroes, humor, violencia y música. Y su nueva obra, Los bastardos sin gloria, parecía que iba a romper con su estilo urbano y actual. No fue así, es más, como en Kill Bill (y sus referencias al cine de Hong Kong), se vale del ambiente geo-cronológico para homenajear dos corrientes que han sido su mayor influencia: el Spaghetti Western y la Nueva Ola Francesa. Claro, con su típica dosis de gore y los mejores diálogos de su filmografía.

Como ha sido su sello, Bastardos se divide en capítulos en los que conocemos a los protagonistas. Primero vemos al Coronel Landa, el “Caza Judíos” investigando en un desoladora granja de Francia (la mejor escena de la cinta, llena de tensión y una escritura sublime de diálogos); luego vemos al Teniente Raine (B. Pitt) un militar del sur de EUA, reclutando a los Bastardos, un escuadrón de judíos dedicados a cazar Nazis y matarlos de la forma más cruel posible. El tercero Shossana, una joven francesa dueña de un cine conoce a un soldado alemán, predilecto de Joseph Goebbels, quien le pide prestado su teatro para exhibir un film propagandístico con un invitado de honor: el Führer, Adolfo Hitler. Otro apartado se desarrolla en una taberna donde una actriz-espía alemana se reúne con algunos Bastardos para planear la muerte de Hitler durante la premiere cinematográfica. Y por último, vemos la conclusión de todos estos planes de venganza.

Tarantino fiel a sus convicciones artísticas se aleja de los discursos políticos, o una trama pro-yankee (de hechos los americanos son los más violentos durante el film) y sólo se preocupa por dar un festín de entretenimiento pop, aunque eso signifique alterar la historia. Para los puristas de la Guerra Mundial, o cinéfilos ajenos al cine de este director, encontrarán tedioso el largometraje (casi tres horas de duración), pues la acción es dialéctica y no posee secuencias llenas de adrenalina. Lo mejor de la cinta es la actuación del desconocido actor austriaco Christoph Waltz (lo veremos en febrero ganando el Oscar como Mejor Actor de Reparto), quien a los pocos minutos de aparecer en pantalla como el Col. Landa se convierte en uno de los personajes más emblemáticos de Tarantino junto a Vincent Vega y La Novia. Al final te darás cuenta (sin decir spoiler) que más allá de la pólvora, las suásticas o la venganza, esta cinta trata acerca del poder del cine para reconstruir el pasado, y sobretodo, el futuro del arte. Ya verás.