Por Ira Franco

Es 2044 y las tormentas solares han matado a más de 90% de la población mundial. La empresa ROC ha construido robots para reconstruir la Tierra que, como si Asimov los hubiera escrito, tienen dos protocolos de seguridad: no pueden modificarse a sí mismos y no pueden herir a un ser humano.

Los robots (obviamente) desobedecen y es el agente de seguros Jacq Vaucan (Antonio Banderas totalmente rapado y dispuesto a sufrir) quien se lanza a investigar la temible verdad sobre los robots rebeldes.

No es la trama más original del uni-
verso ni tendría que serlo, en realidad

lo hiriente del segundo largometraje del madrileño Gabe Ibáñez es que tenía todo para ser una buena cinta de sci-fi y lo dejó ir. La construcción del mundo complejo de Ibáñez es visualmente convincente, incluso emocionante, pero la historia no tiene asideros en un conflicto real: a pesar de una buena actuación de Banderas, las razones del protagonista se sienten vacías y desangeladas, su búsqueda, inútil y enclavada en la sinrazón.

A veces parece que Ibáñez pretende hacer doctrina y mostrarnos sus teorías sobre la maldad humana –y la bondad de las máquinas como una mejor versión del ser humano–, quizás por eso no puede más que tejer una historia llena de clichés, incapaz de darles nuevos significados.

A pesar de eso, y por extraño que parezca, Autómata es una cinta de cierta forma disfrutable, uno de esos insólitos monstruos de ficción a los que uno aprende a querer un poco, muy a pesar de su malogro o vacuidad.