Por Josue Corro

Hay

películas destinadas a "apoyar" al cine mexicano como imanes de taquillas -con

técnicas paupérrimas que van de guiones ridículos, a utilizar talento

televisivo en proyectos de 35 mm-. Pero existen cintas que trascienden en otro

nivel, en un estrato festivalero: filmes para agradar a la crítica

especializada y deambular por el mundo, cosechando premios, aunque su

naturaleza no es material dirigido hacia la cartelera comercial. Así es Año

bisiesto, ópera prima del australiano-mexicano Michael Rowe y ganadora de la

Cámara de Oro en Cannes. Su cinta reúne

el mejor estilo del cine independiente americano: cámara fija, pocas locaciones

y un guión cuyo ritmo no está basado en la acción, sino en la introspección de

los personajes. O mejor dicho, de un solo personaje: Laura, una periodista

freelance cuya soledad la orilla a encontrar la paz en una relación

sado-masoquista.

Rowe nos sumerge en un universo claustrofóbico, un mundo que compartimos

con Laura y su ansiedad. La gran virtud de este director es que puede

transmitir un repertorio de sensaciones en una escena que no requiere de

palabras, porque tiene la mirada de sus actores y sus pausas. Para él la

soledad no es una pesadilla, es un motivo para descubrir nuestros deseos.