Por Javier Pérez @JavPeMar

Una de las características del cine de Michel Gondry son sus atmósferas barrocas, recargadas o bien hacia lo onírico o bien como si la imaginación de alguien se desbordara de su propia mente. Siempre con ganas de superar su cautivador debut Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, cuyo valor más allá de la estética recaía en una sorprendente actuación de Jim Carrey, Gondry se ha dedicado a tratar de generar ambientes cada vez más sorpresivos.

Es el caso de Amor índigo, una película en la que adapta (junto con Luc Bossi) La espuma de los días, una obra que el poeta, ensayista, músico y filósofo Boris Vian publicara en 1946 y en cuyo prefacio afirmaba que “en realidad, sólo existen dos cosas importantes: el amor, en todas sus formas, con mujeres hermosas, y la música de Nueva Orleans y de Duke Ellington”.

Amor índigo es eso: una historia de amor englobada con la música de Ellington. Pero, sobre todo, una película aderezada con una puesta en escena excéntrica que pasa de estallidos de color a una oscuridad siniestramente triste. La técnica que emplea el cineasta es innovadora, aunque tenga ese toque fantástico, irreal, surreal.

Desde el principio, la atmósfera se ubica en una época incierta, una especie de retrofuturo o tal vez un pasado futurista, en la que hay máquinas con cierto aire orgánico (ese campana del timbre), chefs que pasan de pantallas a refrigeradores y hasta hornos como fuente de consulta, ratones con cara de hombres y casi transparentes entre un sinfín de elementos igual de barrocos.

Colin (Romain Duris esforzándose) es un hombre rico que no necesita trabajar pero que siente que le hace falta enamorarse, lo que sucede cuando conoce a Chloé (Audrey Tautou, distante), una chica que empieza a cautivarlo desde su mismo nombre. Colin, invitado a una fiesta, ha ensayado el biglemoi, un baile de extraños movimientos de piernas, junto con Nicholas (Omar Sy), su nuevo cocinero, con la pieza “Chloe” de Ellington.

Todo parece marchar excelentemente, hasta que en su luna de miel Chloé respira una semilla de un lirio que se le incrusta en el pulmón derecho y enferma. Entonces viene la espiral, que se acompaña de la caída de algunos de los personajes secundarios, como Chick (Gad Elmaleh), el amigo pobre de Colin, que vive obsesionado con Jean-Sol Portre (Philippe Torreton), personaje con el que Boris Vian satirizaba a Jean-Paul Sartre. Y Alise (Aïssa Maïga), quien está cada vez más frustrada con su romance con Chick, quien se gasta todo su dinero en consumir, literalmente por medio de fármacos, la obra de Portre.

Sin embargo, toda la recargada imaginería visual de Gondry rebasa por mucho el trabajo de sus actores, que se siente flojo, con un encanto que el cineasta francés ha ido perdiendo con el paso de cada una de sus películas.