Por Jaime Azrad @_azrad

En pocas reseñas me es necesario hablar desde dos perspectivas diferentes, pero escribo esta crítica desde el punto de vista histórico en primer lugar y cinematográfico en segundo. A mi parecer, en esta película un sinfín de conceptos se contraponen entre ambas perspectivas y, finalmente, he decidido dar crédito a cada una por separado.

Hablemos pues de una historia extraordinaria, del dolor que en la vida real supera al de la ficción. Aung San Suu Kyi lideró por décadas el movimiento democrático en Birmania, su país natal, luego de haber perdido a su padre en manos de la dictadura militar que se instaló en su país. La tragedia de una familia y la salvación de un pueblo fueron sufridas por Suu Kyi y su gente, ante los ojos del mundo, hasta lograr la victoria hace apenas unos meses, en 2011.

Durante tres años, Rebecca Frayn, guionista, entrevistó a los participantes de la historia para contarnos, en manos de Luc Besson (El quinto elemento, 1997), la serie de sucesos que desencadenó en más de 20 años de lucha, arrestos y asesinatos bajo la dictadura militar birmana.

La figura de Suu Kyi representa en muchos aspectos a la dignidad humana, su lucha pacífica y su implacable paciencia la llevaron a recibir el Premio Nobel de la Paz en 1991, el cual no puedo recoger sino hasta hace un mes, en junio de 2012, que pudo salir de su país.

Son historias como ésta las que deben llegar al cine, dignas de contarse, de saberse. Sin embargo, dejaré a un lado la admiración por los personajes y sus principios, y hablaré estrictamente en términos cinematográficos para resaltar los errores de producción y desarrollo de la historia en esta cinta.

Empecemos desde arriba, la dirección de Luc Besson es hasta cierto punto infantil; en términos de lenguaje cinematográfico, el director apenas se las arregla -mediocremente- para comunicar lo que pretende, pero en cuanto a dirección de actores, todo se viene abajo: Michelle Yeoh (El tigre y el dragón, 2000) se siente muy limitada en su rol de Aung San Suu Kyi. Luc acertó en elegirla para el papel, pero quizás no le dejó expandirse en el rango de sentimientos adecuados para el rol. Los mismo pasa con David Thewlis, que la hace de su esposo. Ambos dan una interpretación rescatable, pero nada memorable.

El verdadero error está en el resto del casting; en un capricho por tener actores que hablen birmano, Besson sacrificó credibilidad y seriedad. Muchos de los papeles secundarios, importantísimos para la trama, no están personificados adecuadamente. El dictador y militar no infunde miedo, el jefe de la policía parece tener 20 años… a final de cuentas, los personajes son poco creíbles, falsos y hasta risibles.

La duración de la cinta también es exagerada, las historias que ésta quiere cubrir no le permiten condensar emociones y termina diluyéndolas en sus 132 minutos. La cinta viene y va entre lo que pasa con Suu Kyi (que es lo que realmente importa) y los retos que su familia atraviesa a partir de su ausencia (que deberían ser tema de otra historia), dando como resultado largos momentos que podrían haber sido eliminados.

Amor, honor y libertad es una cinta con un tema sensible y con propósitos sociales bastante loables, por lo que vale la pena. Lástima por los aspectos técnicos que le restan puntos valiosos.