Por Carlos Arias

Cada generación tiene su “love story” particular. Una historia de amor cinematográfica que fija los parámetros de lo romántico para una época. No sabemos lo que digan los “teens”, pero es casi seguro que esta película no será una de ellas y que la única eternidad que alcance sea la del olvido.

Amor eterno (Endless love, 2014), dirigida por Shana Feste, es un “remake” de la cinta del mismo nombre dirigida en 1981 por Franco Zeffirelli, basada en la novela de Scott Spencer. Aquella película, con la actuación de la estrella adolescente del momento, Brooke Shields, se convirtió en un éxito entre el público juvenil.

Parte de su fama estuvo en que Zeffirelli ya había probado el género de amores púberes con su exitosa Romeo y Julieta (1968), mientras que la canción “Endless love”, con Diana Ross y Lionel Ritchie se volvió imprescindible a la hora de bailar apretadito en las fiestas de quince años.

Esta vez, en lugar de la actualización la historia de amor entre adolescentes, vemos una repetición, con todos los ingredientes románticos del caso y hasta con algunos menos. Un amor instantáneo entre un chico de 18 años y una chica de 17, la oposición de los padres ricos de ella, toques de erotismo más bien inocentón y una serie de episodios dramáticos que hacen peligrar la relación.

La pareja está formada por Jade (Gabriella Wilde), una chica “nerd” de familia rica, con fama de ser “fría como el hielo” y que no consigue ser aceptada en su escuela. El chico es David (Alex Pettifer), hijo de un mecánico que trabaja de valet parking y es parte de la “clase obrera” en el pueblo.

Ambos son guapos, ella es rubia y flaca al extremo y él es moreno y musculoso. Durante los años de la secundaria él no se atrevió a hablarle, hasta que en la fiesta de graduación en la casa de ella terminan en un encuentro cercano en un clóset que los lleva a ponerse de novios.

Los vanos intentos del papá sobreprotector (Bruce Greenwood) para mantenerlos castos fracasan, y los amores clandestinos terminan en la sala frente a la chimenea, mientras los padres duermen en el piso de arriba. A pesar de que la madre de ella (Joely Richardson) apoya la relación, el papá termina averiguando un oscuro pasado familiar de David y consigue separarlos con una orden judicial. Un argumento convencional, que se deja ver sin complicaciones.

El problema es que ella y él son tan perfectos y la situación y el contexto son tan convencionales que resulta difícil creérsela. En el cine actual, cuando las películas “de amor” han sido reemplazadas por la “comedia romántica”, una historia como ésta parece demasiado ingenua y previsible.

Frente al original hay cambios que hacen a esta película todavía más convencional. En esta versión ella tiene 17 años y no los 15 de Brooke Shields, quizá en tributo a la defensa del menor, y por supuesto, no está la escena en que la mamá espiaba a la parejita cuando estaba en plena acción erótica ante la chimenea.