Por Eric Orlando Jiménez Rosas

Cuando se estrenó “Nueve semanas y media” (Adrian Lyne, 1986), los adultos hablaban de ella y se callaban cuando se acercaba algún niño, se utilizaban adjetivos como erótica y excitante para referirse a ella, se sentía una atmósfera de prohibición y sexo alrededor de la película. Apenas entraba en la adolescencia, cuando, por supuesto, me las ingenié para ver esa película. Creo que fue una de las primeras decepciones que los adultos me propinaron. La película, para mí, no tenía nada de erótico, ni de excitante, ni de prohibido. Me quedé muy contrariado, ¿acaso no me percaté de algo? Han pasado ya 27 años y ahora no dudo en afirmar que Nueves semanas y media y Adore (Anne Fontaine, 2013) son películas que pueden ser “compradas” o creídas, sólo por un público realmente ingenuo.

Lil (Naomi Watts) y Roz (Robbin Wrigth) desde niñas han vivido a la orilla de una paradisiaca playa australiana. Su amistad, forjada desde la infancia, se ha mantenido a los largo de la vida, acompañándose en sus mejores y peores momentos, como la muerte del esposo de Lil o el divorcio de Roz. Ambas tienen dos hijos, que al igual que ellas, han sido amigos desde niños, y han pasado su vida juntos jugando y surfeando en la misma playa. Al pasar el tiempo, las amigas son dos hermosas y esbeltas señoras, y sus hijos, Ian y Tom (Xavier Samuel y James Frecheville), dos esculturales, confiados y atractivos jóvenes.

Sin mayor preámbulo, cada madre se vuelve la amante del hijo de la otra y mantienen esta relación en forma abierta entre ellos, pero oculta hacia los demás. El romance dura años, aparentemente sin mayores problemas, hasta que las madres deciden, no con mucha alegría, brindarles espacio a los hijos para que conozcan a otras mujeres de su edad, lo cual es asumido, tampoco con mucho entusiasmo, por los hijos. Así las cosas, Lil y Roz se convierten en dos hermosas y esbeltas abuelas, quienes ayudan a sus nueras a cuidar de las nietas, todo esto en la misma hermosa playa. Sin embargo, pronto se hace evidente que la atracción de antaño no se ha apagado.

La historia, en lugar de ser un argumento provocativo, complejo y lleno de matices, se reduce a una secuencia lineal de hechos, con poco contenido y emoción. Se trata de un insípido relato de dos amoríos, donde nada sucede y nada se dice. Hay una especie de frigidez en el tono de la película, que se contagia incluso en las escenas de sexo. Los pocos momentos de emoción corren a cargo de Ian, quien sí expresa sus desacuerdos, celos e ira. Los demás parecen aceptar todo con un respeto casi sepulcral.

El potencial de una premisa como la de la historia, queda, por mucho, desaprovechado. Es un film aburrido y reiterativo, de escaso interés. Una película que confirma que las expectativas sobre un film, lo aparentemente provocativo y prohibido, no necesariamente correlacionan con el producto final.