Jackie Earle Haley es un excelente sucesor para Robert Englund de la versión original. Freddy Krueger no sólo es aterrador una vez más, es más perturbador que nunca.
La primera pregunta que todos se harán con respecto al filme A Nightmare on Elm Street es si al menos esta nueva versión es digna de existir en comparación con el largometraje original de Wes Craven sobre un pedófilo asesinado cuya resurrección se da por medio del mundo de los sueños para matar a adolescentes dormidos. La respuesta breve es un fuerte y resonante sí. El largometraje de Samuel Bayer es el mejor refrito que haya salido del estudio Platinum Dunes; Jackie Earle Haley es un excelente sucesor para Robert Englund de la versión original; y Freddy Krueger no sólo es aterrador una vez más, es más perturbador que nunca. La respuesta larga es, como es de suponerse, un poco más complicada y requiere de ciertos calificativos.
Sí, A Nightmare on Elm Street es el mejor trabajo hasta ahora del estudio Platinum Dunes en lo que se refiere a filmar una nueva versión de una película ya realizada en el pasado, pero resulta que el motivo detrás de ello es también el hándicap del largometraje. En buena parte el guión de Wesley Strick y Eric Heisserer se asemeja increíblemente al original de Craven. Pero llega un momento de la película donde el permanecer fiel a la fuente se vuelve demasiado problemático. El público general, especialmente el que no creció al lado de Krueger, no se verá afectado. Pero los fans del género de cine de terror pudieran aburrirse rápidamente ante la falta de individualismo en el departamento de escritura. Y luego, justo cuando pareciera que la película podría derrocar a su predecesora (para bien) realizando algunas modificaciones a la historia de los origines de Krueger, resulta ser que se detiene en sus pasos para sacrificar luna vez más la innovación para que prevalezca la tradición.
Pareciera ser una contradicción pero esa adherencia a la tradición se convierte a su vez en su mayor proeza. Bayer y compañía se sumergen hasta lo más profundo del mito Elm Street, ofreciéndole al público la oportunidad de conocer a Krueger desde dos perspectivas. Verá al Krueger que existió antes de que los padres de los niños de pre-escolar molestados por el enfermo de pedofilia lo quemaran dejándolo deformado. Haley hace una labor estupenda con su talento y aprovecha para usar al máximo cada segundo que le es concedido para entrar al mundo del Freddy antes de la quemazón. Luego, cuando el fuego hace caer la máscara del pedófilo aparentemente dulce, de voz calmada y amante de los niños el verdadero monstruo que yacía detrás de ella sale a relucir. Este contraste entre el Freddy que los niños conocían y el Freddy que conocen ahora de adolescentes se presta para algunas pesadillas legítimamente perturbadoras hacia el final de la película.
Si habría que mencionar ciertos intentos fallidos por recrear ciertos momentos clave de la versión original, siendo quizás el más bochornoso la escena donde Freddy sale del papel tapiz encima de la cama de Nancy. Es inaceptable que un efecto especial creado en el año 2010 luzca peor que el efecto de la película de 1984 que trata de imitar. Constatamos nuevamente que existen ciertas limitaciones cuando se recurre a las imágenes creadas con computadora, y que, de paso, siguen siendo el enemigo perpetuo de los fans del género de terror.
Pero dejando a un lado este defecto embarazoso, también es cierto que la película no pudiera lucir mejor. Bayer hizo un trabajo increíblemente bueno alterando la realidad del mundo de los sueños usando sutiles distorsiones visuales cuando hizo falta. Y el trabajo de los efectos aplicados en la cara de Krueger es apropiadamente macabro en todos los sitios mejor indicados. No son solamente las quemadas en el rostro de Krueger que han sido actualizadas para realzar el realismo; sus motivaciones lo han sido también – y eso hace que Nightmare on Elm Street en su nueva versión sea tan tenebrosa como el mismo infierno.