Por Carlos Arias

La aparición de Gael García Bernal es argumento suficiente para convertir a una película en un acontecimiento. Ello no se debe solamente a que el actor mexicano es un buen imán en la taquilla, sino a que también se ha mostrado especialmente cuidadoso para participar en proyectos que sin ser espectaculares resultan de interés, ya sea artístico o político. No siempre han sido buenas elecciones, pero al menos se trata de apuestas interesantes.

Esta vez el actor mexicano llega como protagonista de 118 días (Rosewater, 2014), una película “basada en hechos reales” que cuenta la historia de un periodista iraní (Gael) capturado en su país, preso y sometido a torturas acusado de espía por sus trabajos periodísticos.

García Bernal ya prestó su cara de inocente chico bueno en algunas incursiones recientes en el cine de hechos reales. Después de la chilena No (Larraín, 2012), sobre la lucha contra la dictadura de Pinochet, el actor protagonizó, entre otras, el documental sobre inmigrantes ¿Quién es Dayani Cristal? (2014). Pronto llegarán papeles similares, como una película sobre Eva Perón o Desierto (2015), la historia dirigida por Jonás Cuarón sobre un grupo de inmigrantes mexicanos que deben escapar de un ataque racista en el desierto de Arizona.

Pero 118 días es interesante además porque se trata del debut en la dirección del comediante estadounidense Jon Stewart, la estrella de las noticias con tono satírico en el programa The daily show, de la TV estadounidense. Stewart reportó en su momento la tortura de Bahari, pero también ha hecho fuertes acusaciones contra su propio país por este tema. En días pasados lanzó sus dardos de humor contra George Bush por el informe oficial sobre la tortura en la “guerra contra el terrorismo”.

En esta historia, Gael viaja a Irán en el papel de Maziar Bahari, un periodista de la revista Newsweek enviado para cubrir las elecciones presidenciales de 2009. Se trata de un momento crucial en la historia de ese país, cuando se enfrentan un candidato reformista, que busca modernizar algunos aspectos del país, y el oficialismo del régimen de Ahmadinejad, que persigue la reelección.

Finalmente gana este último, entre acusaciones de fraude, y el protagonista es encarcelado y sometido a torturas durante seis meses, acusado de espionaje. La parte central de la película será justamente el interrogatorio constante al que será sometido por un acusador llamado Rosewater (Kim Bodnia), del cual la película toma su título original. El nombre alude al agua de rosas que es su perfume y lo único que Bahari percibe de él mientras se encuentra prisionero y con los ojos vendados.

Es difícil lanzar carcajadas sobre este argumento, sin embargo, el realizador se las arregla para convertir el hecho en una serie de anécdotas que ponen sobre la mesa muchos de los prejuicios existentes sobre Irán y a la vez muchas de las ideas de los fanáticos de ese país sobre Occidente.

Desde las torpes investigaciones del servicio secreto iraní, al humor negro de la celda de torturas, el director juega en un rango difícil del humor, en el cual sale bien librado.