Chilango

Tempest

/ Especial

Por Omar Morales


Robert Allen Zimmerman nació el 24 de mayo de 1941 en Duluth, Minnesota. Su vehemente anhelo musical fue cultivado por las canciones populares que escuchaba en la radio siendo un niño: folk, blues, country y las primeras expresiones del rock’n roll. De hecho, en el anuario escolar de 1959, bajo su foto, anotó como su mayor ambición “seguir a Little Richard“. Bob Dylan ha ganado premios Grammy, Oscar, Globo de Oro, fue inducido al salón de la fama del rock y al de compositores, recibió el Polar Music Prize, el Pulitzer, la medalla nacional de las artes, la medalla presidencial de la libertad y, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Príncipe de Asturias con el que fue calificado por el jurado como “El faro de una generación que intentó cambiar el mundo“. 


La mayor aportación de Bob Dylan a la cultura popular es que sus canciones fueron esenciales para que el rock lograra dimensiones artísticas, demostrando que podía ser más que entretenimiento insustancial y convirtiéndolo en literatura. Hace unos meses cumplió 71 años y acaba de lanzar su disco de estudio número 35, Tempest, en el que su voz se comporta como un viejo equilibrista adicto a la adrenalina después de andar tantos años por la cuerda floja de la afinación. Áspera y rasposa, suena mejor que en la mayoría de sus discos anteriores. 

Historias de músicos aplastados por el tiempo hay muchas, Dylan es una excepción. La poética de sus letras sorprende, continúa acumulando fuerza y las tres últimas canciones del disco se empeñan en demostrarlo: Tin Angel podría ser una breve y contundente pieza teatral; Tempest es una larga cadena de versos, sin coro, inspirados en el hundimiento del Titanic; Roll on John es una hermosa balada dedicada al asesinato de su viejo colega Lennon. Para construir las diez canciones de Tempest, Dylan y su banda (David Hidalgo incluído) recurrieron a sonidos poco utilizados en la música popular de nuestros días y, sin pudor, los restauraron cual experimentados lauderos. 
El arte de Bob Dylan va más allá de la música y este nuevo disco confirma sus posibilidades para ganar el Nobel de Literatura porque, sin duda, es uno de los grandes escritores vivos que ha dado Norteamérica.