Cuando uno pica en alguno de los años, resultan cerca de 365 fotografías, tomadas día con día, por un autor anónimo. No hay más.

Lo hermoso de la historia viene cuando uno tiene la paciencia suficiente como para revisar los cerca de veinte años registrados por imagen. La figura de un hombre, juguetón y de nariz grande, se va descubriendo como el autor de las fotografías, un cineasta o también fotógrafo, o también músico, que comparte una gran cantidad de horas con amigos, con familia, rara vez en soledad.

Es feliz o al menos lo parece, involucrado en un sin fin de proyectos que son siempre retratados con un cuidado estético envidiable. La vida le sonríe cuando, por ahí de 1995, conoce a una mujer con quién compartir sus días.

No conocemos su nombre pero nos hemos encariñado. Y esto hace que el mes de Marzo de 1997 sea estrujante, doloroso, trágico: nuestro héroe anónimo es hospitalizado, operado de la cabeza, comienza a perder el cabello, debe ser cáncer. Debe ser cáncer cerebral, lo que es más, uno de los más agresivos, mortales, es una pena.

Es una pena ver cómo alguien celebra la vida y de manera involuntaria nos ha invitado a presenciar su muerte. Sigue, día con día, sacando fotos, Polaroids, más allá de su condición. Su presencia física decae pero no parece cambiar del todo. Se deja la barba. Pierde el pelo.

En septiembre de ese mismo año decide proponerle matrimonio a su novia. Apenas un mes después, es hospitalizado y observamos su muerte, a finales de octubre.

Alguien, me gustaría dejarlo en el misterio, organizó las fotos y las subió al internet. Su identidad se sabe, pero también me gustaría dejarla en el anonimato. Lo único que vale es poder relacionarse con este sujeto, con su historia y su deceso.

Por so lo recomendamos.