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En algún rincón australiano, en un remoto y lejano estudio,en otro hemisferio donde ya es mañana, Jeremy Geddes comienza su día bebiendocafé, practicando el air guitar yembadurnando pigmentos sobre madera.

No hay necesidad de circunnavegar el globo para adentrarse en su cosmos, elúnico requisito es contemplar a detenimiento cualquiera de sus pinturas. Escomo escarbar en dimensiones desconocidas. Un solo vistazo a su trabajocatapulta a su tétrica y peculiar visión.

Cáusticos bellacos indolentes aprietan el gatillo.Astronautas inertes de gravedad flotan entre palomas y envejecidos edificios.Delincuentes enmascarados de Nixon con palancas de fierro en mano salen decompras.

Su técnica es tan refinada que de no ser por sus descabelladospersonajes, fácilmente podríamos confundir estas imágenes con fotografías.
La verosimilitud de su destreza colisiona dramáticamente conlas imposibles situaciones representadas. Para alguien que pinta tan irreales yextraterrestres escenarios, el tono de estos es sorpresivamente racional. Elaustraliano se declara a sí mismo como un fanático de una estructura metódicacon tendencias a temáticas científicas.

Una absoluta evolución se palpa en su obra, lo indisolublementeligado entre lo gráfico y lo narrativo nos sabe a esencias tanto contemplativascomo melancólicas y tenues.

Notorio por las 4 tapas comisionadas para la revista Doomed (editada por Ashley Wood), una delas cuales ganó el premio dorado Spectrumen 2006, el de Melbourne nos deja caer como cualquiera de sus cosmonautaslevitantes en la galaxia urbana.