Comenzaron entonces a llegar cientos de artistas y diseñadores a las filas bélicas de distintos países. Les llamaban camofleurs. El invento había sido extraordinario, y su efectividad inmediata, de repente los virtuosos tenían cierta utilidad, en tiempo de guerra.

Pintaban barcos y uniformes, vehículos y armas. Desataban, sin saberlo, una revolución militar y de diseño.

Bajaba el número de muertos. Sería entonces necesario encontrarnos con nuevas armas.

El arte muchas veces imita a la naturaleza, pero es en los ámbitos del diseño donde este mimetismo adquiere formas prácticas.

El camuflaje salva vidas. Tiene también un potencial natural. Y a veces la naturaleza es social y no biológica: sistemas de reconocimiento digital suponían un riesgo para la integridad de las fuerzas armadas, por lo que se desarrollaron camuflajes militares que pudieran imitar lospixeles de una computadora y confundir a cualquier máquina.

En Japón, un complejo sistema de video logra integrar a la ropa las imágenes que recibe de sus alrededores. Se crean así hombres invisibles, aún cuando sea todo un prototipo.

El camuflaje va a hacer de las guerras una tarea imposible.

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(Un interesante artículo sobre camuflaje de barcos en la Segunda Guerra Mundial, aquí)