Rafael Bernal nos acompaña para recorrer el Barrio Chino de la CDMX en esta entrega de Ciudad Imaginaria.


De cierta forma toda literatura es literatura de detectives. El que escribe está a la caza de algo que se niega a ser atrapado. Va siguiendo las pistas que el fugitivo deja en el lenguaje. La literatura busca descifrar un enigma no sólo por los medios naturales de lo empírico, como lo haría un personaje de novela criminal, sino también por los caminos de la estética. 

Toda obra literaria es la revelación de una esencia profunda del ser a partir de sus propias perplejidades, es una traducción significativa a las palabras de la condición de existir.  Esa revelación interior es lo que se escapa del lenguaje como un murmullo, como una sombra. Lo verdaderamente importante en un libro es lo que no se dice, lo que falta.  Para María Elvira Bermúdez, escritora duranguense y fuente original del relato policiaco en México, el género policiaco se caracteriza por el misterio, la investigación y la idea de justicia.  

El Complot mongol de Rafael Bernal publicada en 1969 por la editorial Joaquín Mortiz es una obra fundamental para la novela negra en el país. Filiberto García, el personaje detective de Bernal es un militar retirado al que se le asigna una investigación, colaborando con el FBI y la KGB, de dimensiones internacionales con la sospecha de una conspiración que proviene de la Mongolia Exterior para matar al presidente de Estados Unidos. ¡Pinche Mongolia Exterior! ¡Pinches gringos!, repite Filiberto a lo largo del texto.

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La calle de Dolores en el imaginario de Rafael Bernal

La novela se sitúa principalmente en la calle de Dolores y algunas calles aledañas, el considerado Barrio Chino de la ciudad. Conocido así desde los años sesenta, en el que se establecieron residentes de distintas nacionalidades como China, Corea, Indonesia y Filipinas. En la esquina de Dolores y Artículo 123 en la ficción de Bernal estaba la tienda del chino Pedro Yuan en donde se jugaba al póker y se vendía opio. En su lugar me encontré con dos locales comerciales: El dragón de oro, una tienda de artículos exponentes de la cultura china y otra tienda de cosas diversas para el hogar.

La calle de Dolores estaba a rebosar de personas ese día, el bullicio me aturdió, me dieron ganas de salir huyendo. Todo el lugar se hallaba de gala, adornado con sombrillas de colores y con los faroles rojos tradicionales. Los festejos del año nuevo del Tigre de agua habían iniciado desde temprano y terminarían por la noche en un espectáculo de fuegos artificiales. En el camino había leído por pura diversión las predicciones astrológicas para el nuevo año lunar. La publicación presagiaba que el Tigre de agua sería beneficioso para los nacidos en los siguientes años: 1914, 1926. 1938, 1950, 1962, 1974, 1986 y 2010. ¡Pinche Tigre de agua! Soy de 1983. Valió madres otro año, pensé.

El presagio me hizo recordar un poema de Eduardo Lizalde: Rey de las fieras, jauría de flores carnívoras, ramo de tigres era el amor. En mi cabeza me sonó posible que Filiberto García se lo dijera a Martita, su interés amoroso en la novela. Martita trabajaba en la tienda del chino Liu en donde también vendían opio y Filiberto no veía, no escuchaba y no hablaba, como le dijo Liu, por eso le tenían confianza y por eso también le habían asignado la misión.

Imaginando las letras de Rafael Bernal en el Barrio Chino de la CDMX. FOTO: EDGAR NEGRETE/CUARTOSCURO.COM

El color de la buena fortuna

Seguí caminando por Dolores, sentí que atravesaba un mar de fuego por las telas que ondulaban colgadas en todos los negocios de la calle. Después esa idea me pareció algo ridícula, muy rebuscada. El color rojo inundaba el ambiente, tengo entendido que es signo de buena fortuna para la cultura china. Me dejé guiar por la ola de personas hasta el restaurante Hong King. La entraña me respingó con el olor del aceite de la comida cantonesa. En la recepción del restaurante me recibieron Maggie y Yinssy, les pedí una mesa, me replicaron que la espera era de treinta minutos. ¡Pinches treinta minutos! Casi en la entrada del lugar una reportera de una cadena televisiva estaba transmitiendo en vivo los festejos del año nuevo.

Seguí en la búsqueda de Filiberto, de una conspiración internacional, de un significado oculto, pero no tenía muchas pistas de nada. En la esquina de Dolores e Independencia están colocados unos dragones de piedra a cada lado de la calle. Los paseantes se tomaban fotos con ellos, sobre todo los adolescentes vestidos de animé japonés, que me dieron la sensación de estar algo confundidos. Crucé miradas con un hombre alto y rubio, me dio la impresión de parecerse al agente polaco de la novela de Bernal. Le lancé fuego con los ojos. El hombre no entendió el gesto hostil, arqueó las cejas y me volteó el rostro.

La ficción cruzó mi frontera interior, me sentí un detective con mi libreta de tapas negras. Recordé mi infancia, a mi padre llegando a casa por la noche con su gabardina y de corbata. Trabajaba en un ministerio público, casi siempre andaba armado y para mí era un detective de película del cine negro. Esa es una de las causas de que me guste tanto la novela criminal y también una de las razones por las que escribo, por las que busco esas intuiciones y verdades que no pueden decirse de otra forma.

Convertirse en el detective de Rafael Bernal

Anduve hasta la siguiente calle pensando en que otros parentescos tenía la imagen del detective con mi propio deseo infantil de convertirme en uno. El inspector superior Eugen Stross, de la novela Pieza única de Milorad Pavic, indaga en los sueños de los personajes para hallar pistas del crimen. Pieza única es una metáfora del acto de escribir, que es una investigación sobre las experiencias vividas, soñadas e imaginadas. Escribimos sobre lo que no sabemos, pero ya ocurrió. Escribimos el crimen, la huella que deja en la piel un hecho significativo. Escribimos para intentar que aparezca algo que pertenece a otro orden, para descubrir y personificar las causas de ese hecho que nos atraviesa. En pocas palabras, escribimos para revelar al asesino. ¡Pinche Milorad Pavic! ¡Pinche escritura!

En la calle Independencia me tropecé con más de diez pequeños puestos de galletas de la suerte. Me acerqué a comprar una bolsa que me costó veinte pesos. Imaginé a Filiberto fumando al cobijo de la noche en la esquina, recargado en uno de los dragones de piedra. La poesía es la evidencia de la vida. Si tu vida está ardiendo bien, la poesía es la ceniza, escribió Leonard Cohen y aquella imagen en mi cabeza me confirmó lo dicho.

Poco más adelante me metí a curiosear en la tienda Wang Wang. El local olía a incienso, estaba repleto de objetos rojos y dorados, como los gatos Zhaocai Mao que daban la bienvenida a los paseantes. Compré un tigre de tela rojo, bordado con motivos florales, lentejuelas y tres campanas que le colgaban de la panza. En la caja del negocio le pagué a un hombre chino con pantalones morados que tenían un grabado de dragón negro por toda la pierna izquierda. Me supe agobiado por tanta gente y por tanta escandalera. Salí de la tienda, continué andando por la calle unos pasos más, había unas hileras de bancas poligonales con las cubiertas grabadas con sinogramas, que representan la repetición del número ocho, el número chino de la prosperidad.

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El tigre como poema

Con el tigre de tela en las manos, sentado en una de las bancas, pensé en Borges y en Roberto Arlt, en el significado de aquel animal mágico: El tigre es un poema escrito sin palabras, sólo con luz y sombra. Y el poema es un tigre cebado, un tigre que tiene gusto por la carne humana. El poema son las palabras que acechan desde la oscuridad de la razón, palabras con garras y dientes. La tripa me gruñó otra vez, estaba tan arrellanado en el asiento de metal que no me di cuenta de que justo enfrente de mí se encontraba la puerta Paifang. Una estructura tradicional en forma de arco con techos de varias alturas, varios postes de apoyo, un frontón en la parte superior con caligrafía china y el techo cubierto con tejas y bestias mitológicas.

Desde ahí podía ver la Alameda Central.  La supuse una senda que me invitaba a salir de los festejos y del relato que deseaba contar.  El Complot mongol de Rafael Bernal termina con un réquiem, con el narrador diciendo que a Filiberto García la pistola le dolía sobre el corazón.  ¡Pinche soledad!, dice el policía.  A mí me dolió la soledad de Filiberto, pero también la mía, que era ya un recuerdo.  Esta crónica termina con una predicción, la de la galleta de la suerte marca Lucky Fu que me comí mirando a través de la otra puerta, la del destino:

La gente vive por los actos no por las ideas.

Tu No de la suerte es: 65, 7, 9, 13, 3.


Acá puedes conseguir una copia de El Complot mongol de Rafael Bernal.