Después de dos horas y media desde la ciudad, llegamos a Zacatlán de las Manzanas. Pensé que soñaba. Cada espacio que descubría me hacía creer que había sido inspirado en un libro de Tolkien. Un puente de cristal que te lleva al mismo punto de partida; un muro de más de 100 metros de largo que destella miles de colores de donde emerge una cabeza de una serpiente emplumada y retratos de ancianos que parecen contarnos historias mágicas de nuestros antepasados.

Rincones repletos de relojes, tic, tac, grandes y pequeños, tic, tac. Una cascada plateada al fondo de una cañada resguardada por árboles con barbas más largas que las de Gandalf. Un valle de piedras encimadas que juegan a ser animales míticos y laderas colmadas de manzanas rojas. Manzanas rojas por doquier.

Vinimos a Zacatlán de las Manzanas para vivir la experiencia de quitarnos la sed, el antojo y la curiosidad con un refresco artesanal de la zona que es la sensación. Pero este Pueblo Mágico en la sierra de Puebla y cobijado por una neblina misteriosa, es sede de inimaginables escenarios.

La experiencia

La jornada empieza temprano en las hectáreas repletas de manzanos; habría pensado que no eran tan altos, pero el subir y bajar de las escaleras va dejando el frío a un lado. Se escogen los mejores frutos y como es agosto y el poblado celebra su feria, la recolecta es más amena. Se percibe en el aire el sabor a fiesta, las calles se visten de gala, se esperan los bailes, los carros alegóricos, las máscaras y los fuegos artificiales.

Una vez realizada la recolecta nos aguarda el agua. El descenso a las Cascadas de Tulimán es por una pendiente rocosa guiada por un barandal de cuerda y madera y acompañada por árboles que parecen tener brazos de ramas largas y cabelleras abundantes de paxtle (heno). Contrasta su color gris con el verde espeso del resto del follaje. La tierra es húmeda y el aire fresco. Y desde un principio es posible escuchar el agua caer. Esta vez la cascada parece de plata. Gris, cristalina, intensa. Cae de lo alto y cae tres veces. Uno quisiera nadar y dejarse peinar por la corriente, pero debido a su fuerza no está permitido adentrarse.

¿Habrá más de este paraje de ensueño?

Continuando el viaje a caballo

Es un nuevo amanecer de rocío y bruma. Cuarenta minutos después estamos en medio del Valle de las Piedras Encimadas y nuestro mundo parece al revés. La gravedad ha sido desafiada por enormes rocas que se mantienen por una base más estrecha que su cuerpo. Otras se encuentran en un equilibrio envidiable y al recorrer el campo a caballo uno tiene la sensación de entrar a una tierra de gigantes olvidados por el tiempo. Hacemos un picnic en medio del campo y comiendo el típico pan de queso de la zona, jugamos a encontrar animales mitológicos en las peñas.

De regreso al pueblo, pasamos por el muro que resguarda los seres que ya partieron e imaginamos que la muralla brilla como sus almas brillan en el cielo. Los trozos de mosaico y vidrio relatan el origen y la historia de Zacatlán: colorida, diversa y encantadora. De frente está la Barranca de los Jilgueros, verde y profunda. Y decidimos caminar sobre el mirador de cristal parar disfrutar del horizonte, sentir el viento sobre la cara y soñar con volar.

Finalmente el Sol empieza a ocultarse y el reloj floral del centro, nos marca el momento de regresar a la ciudad. Partimos sabiendo que entre las nubes bajas de la sierra de Puebla y su follaje brotan los sueños en un rinconcito de fantasía. De manzanas rojas, de puentes colgantes y de caminos de piedra, agua, vidrio y madera.

Tips

Distancia desde la Ciudad de México: 205 km. El viaje será de 2 horas 35 minutos en auto.

Casetas: 442 pesos (ida y vuelta).

Hospedaje: habitaciones desde 660 pesos la noche en Airbnb.

Entrada Cascadas de Tulimán: 100 pesos (menores de 10 años: 50 pesos).

Paseo a caballo en Valle de las Piedras encimadas: 150 pesos por persona.

Recorrido en carreta en Valle de las Piedras Encimadas: 30 pesos por persona.

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