Imagínate que, humildemente, metes tu mezcal tradicional oaxaqueño a un concurso mundial (The San Francisco World Spirits, uno de los más reconocidos en el medio) y los 36 jueces que lo prueban en una cata a ciegas –o sea que tu linda botella y el logo de diseño chingón no los seducirá– le otorgan a tu bebida no una, sino dos medallas de oro unánimemente. Vaya sorpresa.

Con esto podrías confiar en que el mezcal Fortuna es un producto premium, pero lo que realmente debería convencerte es la historia y el proceso que existe detrás de esta botella…

Érase una vez…

Hace 15 años, Walter Meyenberg y otros tres socios probaron el mezcal en una boda en Oaxaca y, para hacerte la historia corta, abrieron la primera mezcalería en el DF: La Botica, en la Condesa. Pero ésta no es la historia de Fortuna.

Tiempo después, Walter sufría una terrible gastritis y nada parecía aliviarlo, hasta que conoció a un médico alópata y homeópata que usa mezcal en sus recetas y que, finalmente, lo curó. Él mismo lo mandó a conocer a los Martínez, cuarta generación de zapotecos mezcaleros, con quienes hoy arranca el negocio de comercializar su mezcal. “Nos hemos hecho grandes amigos. Fortuna lo dice todo: la fortuna de conocerlos y de compartir este proyecto con mi esposa Patricia Baro y mi socio Michael Martin”. (El logo, de Patricia, es una rueda de la fortuna con 77 rayas, fecha de nacimiento de Walter.)

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Mezcal (Cortesía)

Ignacio Martínez es el maestro –y no es un término hipster– que produce este mezcal; Walter y Mike lo embotellan. A partir de esta sociedad, crearon una fundación que se beneficia por cada botella que se vende, con lo cual apoyan a la comunidad zapoteca de San Dionisio Ocotepec. “La mayoría de sus jóvenes se van al otro lado de la frontera, y sólo quedan niños y viejos, así que buscamos recuperar la cultura y tradiciones del pueblo”.

Además tienen planeado abrir un centro de salud, que no existe, y también uno de reciclaje para aprovechar el material que se usa en el proceso de la producción del mezcal (el bagazo, las fibras, el agua, la madera…); aunque, por lo pronto, ya hay un vivero donde por cada planta que se corta, se siembran ocho agaves.

Así que puedes estar tranquilo al saber que hay entre ellos un verdadero comercio justo. Y si, además, eres de la onda orgánica, la forma en la que se produce Fortuna te va a rayar:

Rezándole a la planta.

Ignacio le reza a la planta antes de cortarla porque, generación tras generación, ha adquirido un verdadero amor y cuidado a la naturaleza; sus agaves tienen entre ocho y once años de edad cada uno, y los limpia tres veces al año, durante cinco años. “En el momento en que corta un agave, las piñas pesan unos 120 kilos, son unas plantas enormes, hermosas”, dice Walter con franca emoción.

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Mezcal (Cortesía)

Nos cuenta que la leña que se utiliza es local, de la propia comunidad, y las tinas son de pino; que el agua sale de un pozo que los Martínez hicieron hace doscientos años; que la fermentación se hace de manera natural, sin aceleradores ni químicos. “Ignacio espera de trece a quince días a que fermente y a que el clima le indique el momento adecuado para sacar el mosto (que usa también para sellar los alambiques)”. Y los ejemplos siguen: nos dice Walter que los hornos son los tradicionales, que el alambique es de cobre y que la molienda se hace con una piedra de una tonelada jalada por un caballo que descansa cada vez que es necesario. “Por todo esto, ves que el líquido sale cristalino y puro, de sabor fuerte, por un proceso totalmente natural.”

Estos chilangos nos acercan a la historia real de una familia zapoteca congruente. Walter y todos los involucrados en Fortuna admiran a las comunidades zapotecas porque, dicen, tienen una sabiduría donde el amor, la familia y la naturaleza son lo más importante. Por eso han pensado que la campaña que promociona Fortuna, “sabiduría pura”, gire alrededor de Ignacio y su familia, “porque él es el maestro, son sus frases y enseñanzas. Parece que estamos hipstereando con ello, pero cuando tratas de cortar y cargar una planta, incluso sólo machetear una hoja… Y pensar que se necesitan ocho piñas para hacer un litro de mezcal y que tienen que pasar entre ocho y once años para poder cortar la planta… Entonces es cuando entiendes el valor que tiene su trabajo. Están en la jima desde las cinco de la mañana, toda una vida con la naturaleza”.

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Mezcal (Cortesía)

Fortuna tiene el sello de garantía del Consejo Mexicano Regulador de la Calidad del Mezcal (Comercam), y se vende a través de las redes sociales o en lugares como Orígenes Orgánicos, Amsterdam Market, La Bottega Culinaria, y restaurantes como Pujol, Máximo Bistrot, Barra Criolla, La Nacional… Y en un montón de bares de la ciudad, como Bangbang, el Romita, el Revés o el Centenario 107. Es un mezcal joven, de agave espadín, de 40 grados, suave, “un mezcal para compartir, que no emborracha, para tenerlo en la mesa con la familia”, como dice el mismo Ignacio, el maestro mezcalero.