El mixólogo Romeo Palomares creó un trago único en México: Aragog, un entumecedor y mareador prodigio hecho con veneno de tarántula. Él es el genio de los alcoholes en la famosa Taberna Luciferina y, aunque hoy es de las figuras más conocidas en el mundo de la coctelería de la CDMX, pocos saben que empezó a atrincherarse detrás de una barra porque en las fiestas no sabía bailar y mejor le pedían que hiciera las cubas.

Romeo es chilango, tiene 36 años, inicialmente estudió informática y gracias a sus dos pies izquierdos descubrió que, lo suyo, lo suyo, era el arte de los drinks. Como si fuera un designio de vida, desde que empezó a shakear por gusto se le abrieron las puertas de muchas fortalezas aparentemente inalcanzables, en el norte del continente y al otro lado del Atlántico.

Su pasión jurada le edificó un nombre en Estados Unidos y Londres, y luego volvió a México con una maleta llena de ideas nuevas y muchos deseos de volcar sus vivencias en cientos de copas y paladares.

Su sueño se hizo realidad.

Tras años de momentos fugaces de claridad creativa y madrugadas de insomnio bosquejando nuevos tragos, un día uno de sus jefes en Luciferina le puso una prueba concreta: crear un drink único. Se tratara de lo que se tratara, y al costo que fuera.

Taberna Luciferina

Foto: Ollin Velasco

Romeó pensó en mil opciones y perdió la paciencia. Tuvo que llegar un Día de Muertos para que él pisara el Mercado de Sonora y conociera, de la mano de una misteriosa mujer, el veneno de tarántula. Luego de mil ensayos, estudios, consejos y hasta una ida al hospital, creo Aragog.

Actualmente, ese es el coctail bandera de Luciferina. Muchos van solo a probar cuán cierto es que adormece la boca y no provoca ninguna otra reacción; muchos otros han ido para intentar copiarlo. No obstante, su receta es un secreto que sólo conoce la libreta que Palomares lleva siempre consigo.

Con la voz firme y un brillo especial en los ojos, el mixólogo cuenta que gran parte de su trabajo actual es un regreso a los sabores con que creció: la vainilla de las malteadas que tomaba cuando niño, la canela de los atoles que le hacía su abuela y los aromas ahumados que alguna vez se le quedaron fijados en el paladar, son protagonistas recurrentes de sus obras de arte líquidas.

Romeo asegura que no cree en la fama, ni en los concursos, ni en el dinero, porque son pura vanidad. Cada que está detrás de una barra, lo que busca es que el trago que confeccione sea una experiencia sensorial que vaya más allá del vaso que lo contiene. Cada que hace un drink no piensa en hacer un drink, trata de hacer alquimia.