El nombre TinoVino viene del restaurantero que marcó la escena gastronómica sesentera de comida española, Tito Hevia. Lo de vino, pues está fácil: por puro amor a la uva.

Aquí se toman muy en serio esta bebida, tanto, que se hicieron de una máquina expendedora para servirse a granel, la Enomátic, que mantiene el vino abierto en perfecto estado gracias a una inyección de hidrógeno, por lo cual este lugar es ideal para aceptar el friend request del dios Baco y probar tintos, blancos y rosados.

Puedes pedir degustación, media garrafa (poco más de una copa), una garrafa (poco más de dos copas) o, de plano, una botella. Cada mes tienen 16 etiquetas por copeo, incluidas las variedades provenientes de México, Italia, Francia y España. Hay muy accesibles y de las mejores bodegas. El chiste es probar sin complejos, preguntar mucho al sommelier y botanear rico.

Fernando Hevia, quien montó este restaurante bar, ofrece además platos como el gazpacho (justo en acidez y textura) y el estelar de la casa: el cabrito al estilo Tino.

Los jueves se ponen bohemios en serio y el lugar se vuelve espacio abierto para escuchar el piano y también –por qué no– se vale cantar, recitar, contar chistes. Se puede decir que es una noche de open-mic, como lo llaman los gringos. Jueves de jazz.

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