Por Ale González

Es hora de salir de la chamba, el estrés empieza por disolverse para conertirse en ansia fiestera. Es tarde y sé que un buen trago funcionará como relajante exprés. Elijo dar un rol por el Centro. A pesar del catastrófico tráfico, la zona es garantía de una buena noche.

Al llegar a este lugar, me doy cuneta de entrada de que el panorama es un deleite visual. Parecía que había llegado a la morada de los dioses pues en el techo de un hotel colonial de la zona, la terraza del Cielo de Cortés pinta una noche paradisíaca.

A simple vista, te convence con la decoración. La escenografía está engalanda por el paisaje de la Torre Latinoamericana y el Centro Histórico. La mesereada le da todos los puntos posibles al barecito, ya que es bien sabido que una buena atención es algo muy valorado por los comensales de la vida nocturna. Cada mesa goza de su propia intimidad, con silloncitos cómodos y velitas al centro, a cualquiera le dan ganas de romancear aquí con la parejita.Observo a algunos derramando miel, uno que otro grupito de pseudo intelectuales, y muchos simplemente brindando.

La onda es madurita: todos aparentan una edad arriba de los 25. Además el giro no es fresón ni rudo, definitivamente el ambiente es muy agradable. La música en manos de un Dj muy telentoso me relaja. Pido unas entradas deliciosas, unas tapas de jamón serrano y unos spring rolls de cangrejo, los dos platillos están para chuparse los dedos. Para acompañar me ofrecen el martini Cielo, que con curazao azul, Malibú, vodka y un toque de fruta le da placer a mi paladar. Los cócteles saben a gloria.

Mientras termino la deliciosa degustación el cielo nublado amenaza la noche, y a los pocos minutos cae la peor tormenta. Algunos corren y encuentran refgio bajo las sombrillas y otros se resignan a mojarse bajo la tormenta. Este lugar es de los que vale la pena conocer de la ciudad, pero en épocas de lluvia, se recomienda llevar el impermeable.