Este lugar ha sobrevivido a muchos ávidos guerreros de la noche. Y cuando decimos “guerreros”, nos referimos a guerrerazos: así los delata la decoración, que va desde los recortes de libro vaquero pegados en las mesas, hasta la roja iluminación de los baños, pasando por los figurines sobre las cenefas en las paredes y (no hay que olvidarlo) los letreros de, ejem, “ofertas nocturnas” pegados por todos lados. Malverde, recuperando el espíritu kitsch de la noche chilanga, es una celebración de lo que nos gusta – aunque no nos guste.

Al lugar hay que llegar temprano, no hay más: no aguanta más de 100 personas (y casi exageramos), a pesar de que la mitad del bar tenga mesas (con sillas pequeñísimas, no siempre cómodas) y la otra tenga barras sin periqueras que sirven para lo que deben: detener el trago. Lo que queda claro es que si no te gusta el atasque, mejor ni vayas: te vas a engentar antes de las once de la noche.

Los tragos van de la tradicional chela, muy adecuada para el lugar, hasta los martinis, y los precios se ubican en una media de la zona: una botella estará alrededor de $800. Pero también puedes comer; nada demasiado ostentoso, hay que decirlo, pero sí suficiente como para calmar el hambre borracha.

Hay que destacar la música. Además de que está a cargo de una de las personas que más sabe de música en esta ciudad (eso te lo garantizamos), es ecléctica. A algunos les podrá parecer esquizofrénica (y bueh, admitámoslo: va de Radiohead a Selena, indiscriminadamente), pero algo cierto es que responde, siempre, al pulso de los asistentes. Así que si quieres bailongo y pasarla bien, ni lo dudes.

La mejor sugerencia que te podemos hacer es que reserves, llegues temprano, y apañes la mesa que tiene sillones. Así tu noche pasará de ser divertida, a ser memorable.