Quienes visitamos bares con frecuencia estamos un poco (muy) cansados de una tendencia que ha terminado por relegar cualquier asomo de audacia e inventiva. Me refiero al interiorismo industrial con sus ladrillos expuestos y sus tubos a la vista. Nada hay de malo en ese estilo, pero se ha abusado de él para mi gusto.

Al visitar Casa Awolly, lo primero que llamó mi atención fue la fuerza de los colores vibrantes distribuidos en el mobiliario y las paredes de la antigua casona porfiriana. La propuesta es de Dirk Jan Kinet y está inspirada en el movimiento SAPE (acrónimo de Le Societé des Ambianceurs et des Personnes Elegantes) o los sapeurs, esos dandis congoleños que usan su forma de vestir como un acto de rebeldía.

El espacio está dividido en tres áreas: un pequeño restaurante en la planta baja, tres cuartos para fiestas privadas en el primer piso y un bar en la terraza en el que bookean a diferentes djs cada día de la semana.

El menú de cocteles tiene algunas propuestas que se salen de lo habitual, por lo que bien vale la pena probar algo diferente: Séptimo, una copa de vino con miel de agave, especias, Campari y solución salina; Tigra, -el coctel de la casa- mezcal, matcha, dry vermut y cítricos, o Katana –uno de los más  pedidos–, preparado con sake, ginebra, infusión de café y jarabe de lemongrass.

El menú de comida cambia un par de veces al año: en primavera-verano predominan los mariscos (gorditas de chicharrón de atún, tacos de jaiba, tostadas de pulpo con pata en escabeche) y en invierno se inclinan por el BBQ y los ahumados.