Un gran lugar para tomar bríos e ir preparando tus reuniones de cuates para el resto de la semana.

Es un alto en el camino para el viajero cansado, cosa que se agradece, porque, ¿qué viaje es más agotador que el trajín cotidiano por esta ciudad? Si transitas a altas horas por la calle de Sonora antes de tomar Chapultepec lo verás como un campamento beduino en medio del desierto, con su tenue resplandor de lámparas de aceite.

Aquí la iluminación es importante, su nombre hace referencia a ella, una luz que invita y acoge, igual que la música (DJs, cuarenta y cincuenta y jazz), que no invade ni estorba sino que acompaña la conversación en este ambiente sepia como postal antigua. Los clientes van desde los veinteañeros tardíos hasta los que rozan el medio siglo. Hay una buena barra de rones antillanos. El menú es nostálgico con predominio oriental y mexicano; no te pierdas el martini con pepino y mezcal, el hot dog con sauerkraut ni los dumplings.

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