Sexo en Campus Party 2014

Aquí no todos los juegos fueron digitales

Gabriela Chávez

Cinco días en Guadalajara, acampando, entre amigos, sin papás, rodeado de juegos, de hackers, pantallas, computadoras y tecnología a manos llenas pintaba como el paraíso; desenfreno con Internet ilimitado.

Para Allan Santiago era su primer Campus Party. Aunque el evento se había realizado en cuatro ocasiones en el DF, fue hasta esta vez cuando se le hizo ir. Se puso de acuerdo con sus amigos y viajaron hacia tierras tapatías para enfrascarse por días en sus pantallas y sus videojuegos.

Compraron entradas con camping incluido para vivir la experiencia completa entre amigos, pero justo en frente de su casita de campaña a Allan le llamó la atención algo más. Alguien con quien jugar, sin pantalla de por medio.

[Y hanblando de juegos, checa aquí la entrevista que le hicimos a Beakman en Campus Party]

“Ya estaba aburrido de jugar con mi celular y pues la vi ahí enfrente de mi casa de campaña. Eran tres chavas, pero me quedé platicando con una de cualquier tontería, de códigos. Me pasó su Whatsapp antes de ir a dormir”, dijo el campusero.

Había sido una plática casual, inocente; era su nueva amiga y nada más, dice Allan con voz nerviosa.

En Campus Party, la tecnología es lo que rige: tanto en las conferencias como entre los campuseros hablar a través de pantallas es normal. Ven a una edecán y le toman un Vine. Conocen a alguien, le piden su red social más usada y por ahí platican todo el día, se ligan.

Allan cuenta que se ligó a su chica- de quien no quiso revelar el nombre, como todo un caballero- por Whatsapp: todos los días platicaron y fue hasta el último día cuando se volvieron a ver.

Me fue a buscar en la noche antes de que recogieran las tiendas de campaña, y pues nos quedamos platicando, ya había menos gente, no molestábamos a nadie”, dijo.

Dice que no lo había ni pensado, que él sólo quería platicar, pero que notó que ahí había algo.

Te das cuenta cuando quieren algo más”, dice el ingeniero del poli, aunque confiesa que ese día en la tarde fue al súper por un pan, leche, atún y condones, para lo que se ofreciera.

Y pues aprovechando que ya había menos ojos y oídos cerca, como a las 3 de la mañana, la invitó a pasar a su casita.

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“Una cosa llevó a la otra”, dice tranquilo, sereno… conquistador. Después de todo, la llevó a su casa de campaña de regreso. Cada quien su rollo, “no había por qué tener tanta intimidad”, dice el campusero, quien se sentía satisfecho con su estancia en Campus, pero no demasiado.

Tras la aventura, Allan cuenta que ella lo siguió buscando y escribiendo por WhatsApp, pero él prefiere ya no buscarla.

“Pues fue algo casual, ¿no? No creo que esté mal, pero pues yo creo que hasta ahí, no me quiero involucrar”, confiesa.

Ante sus amigos, Allan es un héroe, un Mauricio Garcés en potencia que hizo lo que ninguno de los otros pudo, no por falta de ganas, sino porque no hubo suerte.

Hubiera estado bien ¿no? Pero pues no era el plan. Pero las edecanes estaban chidas (sic)” dice Edgar, otro campusero que dice que fue víctima de unos románticos durante el campamento.

“¡Sí se movían las casas de campaña en la noche; al lado mío había unos ahí!”, contó.

Pocos fueron los suertudos de conseguir ligue entre tanta pantalla, pero para los que se animaron hasta había protección a la mano. Algunos campuseros vendían condones y hasta pastillas del día siguiente, aunque en el mercadito campusero de un paquete de cada cosa no se vendió ni uno completo.

“Es que la mayoría vienen a cosas más relax; a jugar y a descargar cosas”, dice Allan.

Sin embargo, en el Oxxo de la esquina la dependiente afirma que si hubo rotación de preservativos, “con tanto joven junto, cómo no”, dice.

En Campus Party los “campuseros” podían disfrutar de una velocidad de navegación de 30 Gigabits por segundo, aprender de más de 600 horas de contenidos y asistir a ponencias de más de 50 invitados internacionales.