Apenas me traen mi tlayuda —doradita toluqueña, para los puristas— cubierta de chinicuiles, cocopaches, escamoles y chapulines, mi primer impulso es tomarle una foto. Y es que ya sea por la dotación, variedad y tamaño de esos deliciosos bichos, el platillo llama la atención incluso de los transeúntes que van pasado por la calle de Salvador Díaz Mirón, a sólo unos cuantos pasos de la Alameda de Santa María la Ribera se ubica un paraíso garnachero, Tlacoyotitlán.

«Lo primero que hacen es sacarle foto, sobre todo los extranjeros», nos dice Laurencio López. Uno de los tres socios que se lanzaron a la aventura de fundar este lugar que le hace honor a los antojitos callejeros mexicanos. No hay que ser muy suspicaz para deducir que “Tlacoyotitlán” se llama así en honor al tlacoyo. «Cuando me enteré que el tlacoyo era un alimento para aguantar largas jornadas que hacían los viajeros prehispánicos, me convencí de que era la mejor opción para nombrar a este proyecto que arrancamos entre mi hermana, mi primo y yo».

Si comer fritanga fuese una religión, este sería su templo. En la carta hay lo mismo tlacoyos ahogados con sus buenas tiras de arrachera, que gorditas (clásicas y al comal), flautas, quesadillas, pambazos, huaraches o tlayudas. Por la variedad de proteína tampoco se para: hay desde el típico chicharrón prensado, hasta carne y pollo, pero sin duda los insectos son los que se llevan las palmas y tienen un apartado especial en la carta.

«Queremos rescatar la comida entomofágica, la que está basada en insectos. De eso, lo que más nos piden es la tlayuda mixta. También están las gorditas de chapulines. De hecho, hay un señor que de un tiempo para acá se llevaba diez o quince gorditas de esas. Como me dio curiosidad, un día le pregunté que por qué tantas, porque me daba curiosidad, y resulta que sus hijos y sus amigos las agarran para botanear los viernes mientras juegan PlayStation. El señor me cuenta que antes pedían pizza, pero desde que probaron las gorditas de chapulines ya no las soltaron».

La carta también esconde algunos secretos basados en anécdotas. «El huarache al albañil llama mucho la atención por todos los ingredientes que tiene. Es un huarache muy grande que lleva bisteck, longaniza y huevo. Se llama así porque cuando estaban haciendo las obras de remodelación y nos estaban cambiando la banqueta, invitamos a los albañiles de las obras a que pidieran los que quisieran. Uno de ellos pidió un huarache con todos esos ingredientes y se lo hicimos a su gusto. Se veía tan bueno que se quedó en la carta y lo bautizamos en su honor».

Otra cosa a destacar es que aquí todo se hace con maíz orgánico y se apoya a los pequeños productores de lugares como Hidalgo y el Estado de México. Toda la masa que se ocupa es del día. Se va sacando de la molienda en cuanto se va necesitando, garantizando así la frescura de los productos. Así que si necesitabas una razón más para venir a este lugar, ya sabes dónde encontrar antojitos mexicanos que van desde lo más tradicional hasta lo más exótico, y que encima le echan la mano a nuestro campo mexicano. ¡Bien ahí!