Crónica del día después de Valentín

¿A dónde se fue el amor?

Ir a un hotel ya no es motivo de pena. Ahora estos rincones para la intimidad se exhiben con orgullo, con sus letreros luminosos, algunos con fachadas estilizadas. ¡Vaya!, ya no son hoteles de paso en los que había que esconderse al entrar o salir. Ahora son lugares diseñados para una cosa en particular: echar un rato de pasión, porque dormir es lo último que uno haría.

Ubicarlos en fácil: hay zonas de la ciudad que se distinguen por la existencia de varios en unas cuantas cuadras. Quizá una de las zonas más famosas es el cinturón que forman las avenidas Revolución, Eje 8 Sur, Eje Central y Patriotismo, por céntrica y accesible. En todas esas avenidas
encuentras más de una decena.

El mito dice que los “cinco letras” se atascan el 14 de febrero, que hay que hacer filas interminables para poder entrar, que una vez dentro la cama está tibia aún. Y que, de tanto esperar, hasta te da por socializar con las parejas, o grupos –porque también se vale– que, al igual que tú, quieren pasar un buen rato.

Pero el mito es cada vez menos cierto –estas situaciones se dan más los fines de semana y los días de quincena–, porque si todo mundo te dice que no vayas un 14 de febrero l un hotel, terminarás por dejar el asunto por la paz

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Hoteles de paso (Sandra Lucario)

Lo que te encuentras es menos catastrófico de lo que cuentan. En Eje 8 Sur, por ejemplo, los lugares más famosos, el mítico Pirámides y otro menos aforado que está frente a éste último tenían espacio. Las cuatro horas de rigor y el tiempo de espera era mínimo.

Te encontrabas lo típico: una recepción o un acomodador que te decían las condiciones del lugar sin más preámbulo, como un día cualquiera.

En vista de que la acción no ocurría ahí, la búsqueda continuó hacia Revolución, donde la cosa era un tanto distinta.

El Pop Life, uno de los más recientes, tenía un lleno regular. El estacionamiento parecía tranquilo, carros con globos rojos y parafernalia de San Valentín apretujados. Aparentemente habían servido de convencimiento de algunos enamorados.

Una vez en este lugar con temática ochentera, el anuncio fue que sólo tenían disponibles habitaciones sencillas. Las suites más picudas ya estaban ocupadas con antelación por quienes estabas pasando su tarde especial. Quizá, a diferencia de los otros que visitamos, el único detalle era una pulserita que te regalaban al darte tu llave. Pero no más, nada de temática del día del amor.

No muy lejos de ahí, en el Lua (Patriotismo) era un día como cualquier otro. Una mujer recepcionista ante la pregunta de si tenía habitaciones disponibles me miró de arriba a abajo y atinó a contestar que por supuesto. Incluso me ofreció, sin cargo extra, quedarme hasta el otro día si así lo deseaba.

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Hoteles de paso (Sandra Lucario)

La acción tampoco ocurría ahí. Unos metros atrás, el Pasadena, recién remodelado, parecía más concurrido y hasta temático. La recepción estaba adornada con globos rojos y, al preguntar el tipo de habitación, te ofrecían una promoción por el mes del amor y la amistad –porque a los amigos también se dan cariño–: 500 pesos por una habitación VIP o 450 por una estándar.

Ante tal ofrecimiento, un hombre entrado en años acompañado por una mujer rubia (de pelo lacio, entaconada y con vestido negro entallado) no dudaron en tomar la oferta. Muy ceremoniosa, la recepcionista les ofreció su llave y como detallito extra una rosa envuelta en celofán y con un listón rojo. Pero fuera de eso, parecía un día cualquiera.

¿A dónde se nos fue el amor? Tal vez ahora esté más repartido en los cerca de mil 500 hoteles de paso (u hoteles de amor, como los llaman algunos) que hay por toda la ciudad.

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Hoteles de paso (Sandra Lucario)