8. El chilenito (parte II)

La niña inquieta | Una columna semanal

La niña inquieta

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Afuera de Rhodesia, 3:21 AM

Nos subimos al coche de su amigo, un chilango medio güero, guapillo. Los tres estábamos claramente ebrios. `Yo creo que ya no estamos en edades para manejar hasta el pito. Con cuidadito, por favor´, les dije. Sonrieron. Estaban de acuerdo.

Llegamos a casa, mi roomie valenciano estaba en su cuarto con una vieja. `Burdel total´, pensé.

Sacamos un par de chelas, prendimos un churro y nos pusimos a tocar guitarra en la sala.

La cosa se convirtió de volada en un intento de ménage a trois bastante fallido. El güero estaba muy nervioso, así que terminó por irse.

En realidad no nos hizo mucha falta ya que el chilenito se lució en la cama –no sé ni cuántas veces nos vinimos en total. Me sorprendía la facilidad -y la calidad- de su erección. Dormíamos, cogíamos, fumábamos, reíamos. Repetíamos. Fue una mañana deliciosa, de auténtica cojedera hedonista. Placer y más placer. Finalmente, como a la una de la tarde, el hambre nos arrastró fuera del cuarto. Fuimos por un ceviche y creo que fue hasta ese momento en que pude certificar con la cabeza fría que definitivamente no dormí sola.

Desde entonces, nos volvimos fuck buddies. La misión fue todo un éxito por varios meses… hasta que yo me fui a un largo viaje sin saber que no lo volvería a ver.


EL PRÓXIMO JUEVES
les contaré de cómo tuve que esforzarme para ligarme a un inquilino. Y cómo rompí una de mis reglas de oro. Acá los espero.

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