Las velas se consumían mientras Mauricio la esperaba. Contador de profesión, los números quedaban registrados casi indeleblemente en su memoria. Él había llegado 40 minutos antes de la hora pactada y ella tenía ya diez minutos de retraso. La botella de agua mineral estaba por terminarse y la adrenalina aumentaba. Regordete, de mediana estatura y con grandes anteojos, su vida había pasado entre libros, escuelas particulares y trabajo. Aunque el dinero, los autos y la ropa de marca nunca le faltaron, las mujeres no eran su fuerte. Así que esa noche Mauricio miraba una y otra vez el reloj, que consumía los segundos: Lizette Farah era la primera cita a ciegas de su vida. En ese momento, Mauricio ignoraba que con esa mujer formaría una familia que diez años después sería el centro de un escándalo que sacudiría a los medios y a toda la sociedad mexicana.
Él deseaba que todo fuera perfecto. Repasó las anécdotas y halagos de los que echaría mano durante la cena. Cuando su amiga Paola Domínguez le dijo que Lizette aceptó tener una cita a ciegas con él, el encuentro adquirió relevancia y fue comentado entre sus amigos y familiares. A diez años de esa noche, los amigos de Mauricio aún recuerdan su emoción, y no titubean en mostrar su inicial desaprobación: «Los polos opuestos se atraen. Eso lo enloqueció, lo deslumbró».
Lizette era de buena familia. En aquella cena, la chica de sólo 25 años se mostró distinta a las pocas mujeres que habían sido presentadas a la familia Gebara Rahal como novias del mayor de cuatro hermanos: era divertida, inteligente, seductora.
Tres meses después, Mauricio tuvo claro que Lizette era la mujer con quien quería tener hijos y permanecer hasta que la muerte los separara. Ninguno de los dos contaba con que la muerte que los separaría sería la de su hija Paulette.